Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Exquisito revuelto de langostinos del restaurante ‘El almacenito’.

Exquisito revuelto de langostinos del restaurante ‘El almacenito’.

La báscula no tiene cabida ahora en estos días de disfrute pantagruélico. Organización, que diría Enrique Ortiz López-Valdemoro, padre de Bertín Osborne. Cada costumbre en su fecha correspondiente. El orden despeja y abriga. En cuanto a la alimentación se refiere, parece que las fiestas navideñas apuntan al desorden. Aseveración discutible. Porque ya afirmó José Saramago que “el caos es un desorden aún por descifrar”. Permítanme ejercer de abogado del diablo en mi invitación al punto y seguido de la buena mesa. Ya retornarán los días de pisar fuerte la avenida del Colesterol y masticar lechuga regada con exquisito aceite de oliva. Dejarse llevar durante las Navidades -en honor y gloria del físico de Sancho Panza, o de los hábitos alimenticios del sagaz periodista Julio Camba, o de los aperitivos de pan mojar del Nobel Camilo José Cela, o de los almuerzos con gente inquietante de Manuel Vázquez Montalbán, o de los usos gastronómicos e incluso heteróclitos de Javier Villán, o de las sobremesas de cotufa sin cotorreo de Martín Prieto- no entraña nefasta práctica.

Aquí nadie peque de manco. Caña es una voz polisémica que también define al vaso de cerveza. El catavino regresa por sus fueros. No impongamos parapetos a la alta cocina, a una cierta toma de libertades e incluso de libertinajes siempre con las manos en la masa y con la copa en despegue vuelo de brindis nunca al sol, sino en camaradería, como un entrechoque del cristal de la amistad. Comer en Navidad no es delito, sino redención. Ni incluso pecado doméstico, en tanto siempre sobrevendrá la misericordia de nuestro férreo propósito de enmienda y hasta la indulgencia otorgada por la sagrada costumbre de una tradición cuya desenvoltura nos exime de toda malintencionada praxis.

Apostemos a boca llena por el adjetivo opíparo. El estrés -ya a la vuelta de la esquina- impedirá luego la parada y fonda de una agenda sosegada. En unos días entraremos en ebullición. Sin apenas tiempo libre para el asueto. Nunc aut nunquam. Now or never. No hagamos ascos a la nova receta. La desconstrucción también es un vocablo apetecible. Vulcano deforme es tan bello como Apolo. La ensaladilla de gambas no pierde sabor así la paladee un lector de ‘Manolito Gafotas’ que otro veterano de la ‘Revista de Occidente’. Uno de María Zambrano que otro de Manuel Altolaguirre. Uno de la generación de los Millenials y otro de Max Aub. Todos vencen el pulso -que es canto antifonal- de la lectura. Y todos se deleitan en la sabrosura nutricia de la receta en cuestión. La gastronomía en Navidad globaliza sabores y singulariza contertulios sobre el redondel del mantel. La gastronomía formaliza conversaciones difícilmente dables en otros contextos. En otros escenarios. Aquí la última palabra siempre la tendrán los dátiles abrazados amorosamente al bacon más delicioso y permisivo.

Los platos sobre la mesa del salón, con la cubertería de lujo, es un tributo asimismo al arte decorativo. Y a la reciedumbre de la imaginación. Por ejemplo los cofrades ya adivinan capirotes en la sucesión de cuñas de queso distribuidas en horizontal, como un asomo del tiempo de vísperas que se aproxima según la cuenta atrás del tictac con olor a incienso. También al escrutinio del estado de ánimo: cuando todos han brindado el primer guiño de cava semi-seco, unos – los más optimistas- observarán la botella medio llena y algunos sueltos -los almas en pena- fijarán la retina en el mismo recipiente a medías vacío. El mismo cristal acarrea diferentes diagnósticos. Aún contamos con jornadas de rechupete. Hay que rebañar la bandeja de plata de los días que nos restan hasta las postrimerías navideñas. Y además -propongo- apostando al caballo ganador del consumo en bares y restaurantes de nuestra ciudad. Apoyemos sin titubeos este gremio tan profesional y tan magistral. Los hosteleros de Jerez precisan de la cooperación ciudadana. Prueben los fideos a la marinera de ‘Venta Daniela’. Caliente -eso sí- como si saliera de la fragua de Vulcano. Mano de santo. Prueben el revuelto de langostinos del restaurante ‘El almacenito’. Y su tarta de la abuela. Gloria bendita. O la carrillada con patatas de la Venta el Pollo. O el desayuno con paté ibérico de la cafetería ‘El caballo’. Ese paté te nutre de energía para las siguientes veinticuatro horas.

Prueben la pizza a la barbacoa con pulled pork de la pizzería ‘Carlos’. Y su pan de ajo. Acudan a ‘El puntal’ y pidan las albóndigas con salsa de almendra, la carrillada ibérica con salsa de cítricos y nueces de macadamia, las alcachofas a la plancha sobre base de cebolla caramelizada y frutos secos. El tartar de atún con huevos y crujiente de loto de ‘Miss Sushi’, la cocina mexicana cien por cien casera de ‘Mamalupe’, la enchilada chingona con salsa picante de ‘Cantina Guadalajara’, la zurrapa de higadillo en las tostadas de ‘El camioncito’, la manteca colorá en el pan de campo de la ‘Venta las Cuevas’, la ensaladilla de gambas del restaurante ‘El retiro’… Y un suculento etcétera -largo como una pavía tal Dios manda, o como un flamenquín en toda regla o como una brocheta de chuparse los dedos-. Que no: la báscula no tiene cabida ahora en estos días de disfrute pantagruélico. Dicho sea entre bromas y veras. ¡Buen provecho siempre, Jerez!

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