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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: Juanma Moreno en clave cofradiera

Juanma Moreno en una de sus visitas institucionales a Jerez.

Juanma Moreno en una de sus visitas institucionales a Jerez.

No en la noche de los tiempos pero sí hace un manojo de años. Varias décadas ya. Otoño de 1989. Y además a las claras de la luz de la tierra de María Santísima. Capital hispalense y claridad sonora que es como una estatuaria -y no estatutaria- tocada por la paleta de colores de las virtudes emocionales. Sucedió en Sevilla, cuando la mano del viento sereno -Eolo con capirote en mano- acariciaba la frente de la ciudad entonces dividida en tres convocatorias de altas expectativas -tres actos de los denominados de tirón (no en el mismo sitio pero sí los tres a la misma hora: a saber: final de campaña de elecciones generales: por ende: mitin de José María Aznar en el Parque de los Príncipes, ídem de Felipe González en la Plaza de Armas y, last but not least, último pero no menos importante, en la Puerta de Palos de la catedral sevillana el palio -¡ahí es nada!- de la Virgen de la Paz -bella como el cuerpo de perfección de la rosa-, de la popular Hermandad del Porvenir, en su salida extraordinaria conmemorativa de las bodas de oro. Las estimaciones oficiales arrojaron un resultado numérico bastante preciso: unas cien mil personas en el acto de Aznar, otras tantas frente a la charla de González y algo más de trescientas mil en torno al bellísimo rostro albo de la Reina de la Paz. Ilustrativas cuentas que sostienen en sí mismas toda una máxima sociológica que bien constatara Antonio Burgos en su artículo del día siguiente: “En Andalucía quien tiene auténtico poder de convocatoria es un tambor y un paso de palio”.

La Semana Santa siempre gana. Las cofradías poseen un inmanente atractivo que escapa incluso al control humano. Como debe ser porque abordamos una manifestación trascendente entre lo divino y lo humano. Dios en la madera. Dios en la ciudad. Dios en el interior de la piedad popular. Como dijera Rafael Laffón: “Nuestra energía y nuestra ingeniosidad son como los fieles servidores de un realismo que imponemos inexorablemente, urbi et orbi, pronunciándolo y mandándolo con acción ecuménica -católica-, con arranques de universalidad”. Las cifras cantan. Las cofradías son asimismo signatarias de una cultura de siglos. Que siempre alumbran el latido idiosincrásico de la ciudad, como faroles de bronce sobre una peana de caoba y ébano. Expresión rota tan de aquí: a través de la saeta nadie olvida la tragedia del Gólgota. Sin necesidad de panegiristas de ocasión cuya verborrea se desparrama como el serrín en los tabancos antiguos. La Semana Santa engloba y universaliza. Y nos acuna como en el cauce más humano de un Domingo de Ramos de continuo, según la prosa de Joaquín Romero Murube, en el regazo “de sentirnos siempre niños y recién prendidos a esa onda de fervor que nos coge a la cuna y nos conforta y ayuda hasta la suprema hora de nuestra perennidad”.

Un tambor tira más que un mitin político en este sur del Sur. Pero… ¿qué sucede cuando políticos con los pies en la tierra -sabedores a conciencia de su palmario servicio a los ciudadanos, a la cosa y a la causa pública- no sólo asumen y defienden a ultranza la envergadura y la incardinación de las cofradías en la sociedad sino asimismo muchos de ellos -siendo monaguillos antes que frailes, e incluso de casta le vino al galgo- son cofrades desde la más tierna infancia y dominan estos calambres del costillar que a tantísimos -en este caso jerezanos- nos mueve y conmueve. Miel, entonces, sobre hojuelas. Porque hablamos de políticos de relojes sincronizados con la realidad sin atribulaciones -y sin atribuciones arrogadas- que crece en derredor. Se funde entonces la gestión de un realismo socializante con los versos rapsodas de un trasfondo de incienso, tradición y progreso. El político que conoce los códigos no escritos -como así el tampoco nunca manuscrito canon- de las cofradías jamás desbarrará. Por esta razón me agrada sobremanera cada vez que oigo con atención a Juanma Moreno hablar de cofradías. Como así ha procedido en sus visitas a Jerez. Tres cuartos de lo propio con Almudena Martínez del Junco y con María José García-Pelayo. Observamos vez tras vez a un presidente de Junta de Andalucía que es cofrade a nativitate. A una presidenta de la Diputación que es nazarena por convicción. A una alcaldesa que siente en clave cofradiera. De modo que audiencia y representantes públicos hablan el mismo lenguaje, sin necesidad de tácitas traducciones subalternas, ni figuras literarias. Sin -como sucede en otros estamentos- mensajes embalsados. Sin -como acontece en otros grises asociacionismos- disidencias adivinatorias. Sin la maltrecha marea de la demagogia, tan propia, por ejemplo, del sanchismo. Sin ases en la bocamanga, tan del noble oficio del prestidigitador.

Juanma Moreno suele mostrarse tal cual es: un hombre sencillo entre sus iguales. Reemplaza entonces el uso del poder institucional por la colección privada de sus vivencias personales. Humanizando la columna vertebral del cargo fáctico. Habla un cofrade que además es presidente de la Junta. Orgulloso y comúnmente emocionado como niño con zapatos nuevos en la mañana de las palmas colgadas sobre el damasco de los balcones de la nostalgia. Cuando Juanma Moreno visita Jerez y habla de cofradías no hay mítines por una zona de la ciudad y tambores por otra. Sí, como en el cisne que cantara Basilio, “un campo inmenso para sembrarlo”. Y una sola voz, una sola melodía, un solo discurso. Con el cromatismo verde y blanco de las cosas sublimes de nuestra Andalucía.

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