Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Lola Flores y aquella primera biografía de pantalón de campana

Magnífica fotografía del gran Fernando Rubio: Lola, ante el espejo, en 1971.

Magnífica fotografía del gran Fernando Rubio: Lola, ante el espejo, en 1971.

Era aún muy niña -como un cascabel con impronta adolescente- cuando -cautiva y desarmada, inocente como un viento de corral antiguo- ya trazara el sendero de su destino. Se aferró -como el mástil a la bandera- a la divisa de un sueño de ojos despiertos -de ojos con sonrisa de luna lunera, de ojos rajados como la cicatriz del esfuerzo en principio innominado-. Jamás le tembló el pulso. Tuvo fe ciega -que no insensata- en sí misma. ¿No canta, no baila? Esperanza con voluntad de inmediatez, inmediatez con hambre de triunfo, triunfo de “lo no vivido por lo más vivible”, a pesar del cetrino frío de las primeras noches en pena, penita, pena. Su esfuerzo -con tersa dermis de muchacha en flor- jamás cayó en saco roto, pese a la dificultad de un comienzo que hallaba escollos por doquier. Y caliente indiferencia -como el turbión rojo de todo desánimo- a cada paso. Incluso la propia -inexplicable- de los empresarios que inicialmente hacían oídos sordos al arte leonino -de pura cepa jerezana- cuya rabia de miel además provenía también del templo de Salomón. Pero Lola dictaminaba sobre el erre que ere de la constancia. Estaba predestinada para la fascinación -por descontado faraónica- de una leyenda con anticipación de acné adolescente. Lola saltaba al escenario doquiera que fuese. El efecto rodillo de lo cañí solventaría toda pugnante turbiedad. Se comía el universo mundo. Para distinguir, sobre tablaos color sepia, los ecos de las voces. Diferenciaba los cantares de la telaraña. Los chorros del oro… del óxido de la posguerra. Prorrumpía el nervio -y la armonía en movimiento- con bata de cola. La fuerza motriz de la Lola, la Lola de España.

Abrirse paso. Como un eje vertebral dejando la piel en el camino. Como un emblema del dominio de la voluntad. Como así asemeja la experiencia y el espíritu de la letra en las memorias de Stefan Zweig: “Sólo en los primeros años de juventud identificamos el azar con el destino. Más adelante sabe uno que el verdadero rumbo de la vida está fijado desde dentro; por intrincado y absurdo que nos parezca nuestro camino y por más que se aleje de nuestros deseos, en definitiva siempre nos lleva a nuestra invisible meta”. Fernando Sánchez Dragó asegura en ‘El sendero de la mano izquierda’ que eso, y no cosa otra, es el karma, siempre debidamente encauzado por el libre albedrío. ¿Creyó Lola en los barruntos del libre albedrío como entrega solícita al autoconocimiento -nosce te ipsum- y, acto seguido, de la autorrealización? Había que echarse al monte y la manta a la cabeza. Acudir contra todo pronóstico a la aventura de los madriles. Darse a conocer a través del bigbang de las madrugadas en vela, las actuaciones cortocircuitadas por los caprichos del desnivel social (entonces latente) y armar la marimorena a partir de las letrillas fulgentes del género de la copla. Haciendo camino bajo el arcoíris de la incertidumbre. Tiempos en los que espectáculos de tronío anticipaban el pugilato artístico de una lucha de titanes.

Lola enseguida encontró acomodo en la fervorosa aceptación del gran público, tan ahíto de enterrar la ira del guerracivilismo. Tan dado al ¡viva Cartagena! del borrón y cuenta nueva. En la solicitud popular -que no populachera- de nuevas heroínas coronadas por los laureles de una peineta. Quizás pocos conozcan que Lola pronto contó con una primera biografía demasiado desapercibida cuyo autor, un joven Francisco Umbral que aceptó el encargo con fines alimenticios, cultivó la prosa al hilo de la observación, jugó con las palabras como un equilibrista del alfabeto y tuvo más valor que el Guerra en la media verónica de una prosa que toreaba a su modo: ejerciendo la subversión a golpe de metáforas. Una biografía -de pantalón de campana- cuasi olvidada al tenor de su fecha de publicación: 1971. Umbral comenzaba entonces a despuntar entre sus coetáneos del Café Gijón. Aún no era un dandy vestido de Pierre Cardin. Pero sí ametrallaba el costumbrismo madrileño con su olivetti de mesa de estufa.

‘Sociología de la petenera’ se tituló aquella obra editada por Dopesa. Ya por entonces Lola Flores formaba parte del catálogo de musas de Paco Umbral. De esta predilección del autor de ‘Mortal y Rosa’ por nuestra universal jerezana hablaremos, con profusión de entrecomillados, antes que después. En este libro Umbral describía también líricamente a la folclórica: “Lola Flores, artista, ha encarnado literariamente, sociológicamente, estéticamente, folclóricamente, el mito de la Petenera, la imposible mujer don Juan que el español espera por los siglos de los siglos”. En aquellos primeros años de la década de los setenta Dopesa apostó por el género biográfico. Para lanzar la colección ‘Nuestros contemporáneos’. Periodistas biografiaban -a la manera de generosa glosa de interioridades- a nombres mediáticos del país. Así Manuel Leguineche con Raphael, Jordi Garcia Candau con Manuel Santana o, por ejemplo, Tico Medina con Cayetana de Alba. Hace apenas año y medio la editorial Zut reeditó esta biografía que ahora adquiere envergadura de cuerpo entero. Nunca es tarde para su lectura no necesariamente en diagonal. La inmortal pureza de Lola y la escritura perpetua de Umbral son dos buenas razones para ello.

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