Los pactos pacatos

Si el PP asume el pacto de Valencia como una oportunidad, lo será; si como una contrariedad, lo será

Los ascos que Feijóo hacía a los pactos con Vox eran algo que no podía acabar bien, como advertimos. Si eran necesarios, ¿para qué desprestigiarlos previamente con tantos remilgos? Sólo se ha firmado uno en Valencia y, en la escandalera escandalizada de la izquierda, el PP recoge lo que sembró.

Pero, una vez roto el primer cordón sanitario, los demás pactos tendrían que ir cayendo como fichas de dominó, cada vez con más facilidad y menos ruido. Aunque también es posible que Feijóo quiera soplar y sorber al mismo tiempo o subir y bajar en la escalera y se resista y alargue el proceso en cada una de las instituciones (ayuntamientos y comunidades); y que prefiera otros pactos con cualquiera (como con Revilla en Cantabria) donde esas contorsiones sean posibles. Contribuiría así a alimentar su propia agonía y su propio desprestigio y el escándalo propio y ajeno.

Inútilmente, porque el cálculo electoral, después de lo de Valencia, es sólo un cálculo renal. Todo el mundo sabe ya que, si el PP necesita a Vox para llegar a La Moncloa, se marcará un Valencia. Así que no sirviendo ni de camuflaje electoral, no sé para qué alargan el teatro, dando a la izquierda el arsenal para que les critiquen.

Me recuerdan a algo de mi juventud que quizá ahora ya no pasa, porque la gente no se casa tanto y quien lo hace está segurísimo. En mis tiempos había bromas que no tenían gracia sobre que casarse era ahorcarse. También daba juego lo de casarse y cazarse. Yo me preguntaba para que se casaban o se cazaban o se ahorcaban entonces. Qué tontería. Y también sospechaba que noviazgos que terminaban con esas bromas subconscientemente mortuorias no auguraban vidas matrimoniales muy felices.

Con el recuerdo de aquello, pienso que estos pactos pacatos, timoratos, vergonzantes no auguran unos gobiernos decididos, coordinados y audaces. Ojalá me equivocase entonces y me equivoque ahora. Lo ideal, en buena lógica, sería aprovechar el pacto de Valencia para asumir con normalidad (con la normalidad que tiene, por otra parte) que un partido de derechas y otro que se quiere de centro derecha negocien y lleguen a acuerdos programáticos y de gobiernos de coalición. Lo firmado en Valencia supone una oportunidad de normalizar una opción democrática legítima y respetuosa con los resultados electorales. No ponerse a rebufo y empezar en todas partes de cero y a contrapelo conlleva una gran ineficiencia energética.

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