De Proust a Kis, encuentros

La ciudad y los días

06 de agosto 2025 - 03:05

Sigo con los autores que nos comprenden creando esa “solidaridad que une la soledad de innumerables corazones”, el nuestro entre ellos, descubriéndonos a nosotros mismos como si el libro hubiera sido escrito solo para nosotros. Un día muy lejano empiezo a leer: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: ‘Ya me duermo’. Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño. (…) Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía y señalando las distancias, (…) me describía la extensión de los campos desiertos por donde un viandante marcha de prisa hacia la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno”. Y la temprana desazón por el paso del tiempo va tomando forma, aún siento tan poco, entonces, el tiempo perdido.

Otro día, muchos años después, leo en Jardín, Ceniza de Danilo Kis, uno de los tres libros que reunió en Circo familiar (Acantilado): “Desde mi infancia mi imaginación transformaba todo rápidamente, excesivamente deprisa, en recuerdo: a veces bastaba un día, un intervalo de un par de horas… La excursión del día anterior (…) se convertía para mí, a la mañana siguiente, en una fuente de meditaciones melancólicas. (…) Mi hermana Ana era capaz de llorar al final de una fiesta o de un viaje, sin esperar, por así decirlo, a que estos sucesos demostraran su carácter pasajero. Bastaba que se acabara un día, que acabara la noche y el sol se pusiera, para que ella comprendiera que era irrepetible y llorara por él, como por un recuerdo ya lejano”. Y siento que hablo con alguien que me comprende. Y aquel lector adolescente de Proust se siente menos solo, o menos raro, al ser comprendido por lo que escribió en 1965 un autor serbio de origen judeo-húngaro que murió, demasiado pronto, en París en 1989. Es el milagro de la literatura. Cierro esta tercera y última entrega como la empecé: tan importante como comprender a un escritor es que este nos comprenda.

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