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Cuarto de Muestras

A tientas

Si me empeño en sacarlos adelante salen remendados y contrahechos

Por fin. Se acabó hablar sin parar de las mentiras. Ahora toca hablar de la realidad. Pero, no teman que no hablaré de política. Unas elecciones más y me hago anarquista. Bueno, a lo que iba, espero que no se note mucho. Este es el tercer borrador de artículo que empiezo mirando el reloj porque se acerca la hora límite de entrega. Los voy descartando uno tras otro porque se van a donde no quiero que vayan: o al lugar común o al aburrimiento o al disparate. Si me empeño en sacarlos adelante salen remendados y contrahechos. Mejor dejarlos volando para una mejor ocasión porque, quizás vuelvan con nuevas intenciones y, entonces sí, entonces salen redondos. Se lo cuento para que conozcan mejor este modesto taller de costura y porque, paradojas de la vida, la jornada de reflexión me vuelve muy irreflexiva. Será la hartura, digo yo.

Muchos amigos me preguntan a menudo si siempre tengo algo sobre lo que escribir, si no hay días en los que no se me ocurre nada y, por ayudarme, me sugieren temas de lo más diversos, generalmente, de actualidad. Me da vergüenza contestarles la verdad. El verdadero problema suele ser escoger el tema de entre los que revolotean por la cabeza. Unos por actuales e indeclinables, otros por humanos, alguno por divertido e intrascendente. Hay semanas que todos se sacrifican porque no hay otra que mojarse ante determinadas cosas. En la mayoría, desde luego, escribo lo que quiero de lo que quiero en una mezcla aleatoria de osadía y sinceridad. Siempre a tientas.

Decía Oscar Wilde, en una de sus frases célebres que, cualquiera que viva dentro de sus posibilidades, sufre de falta de imaginación, o algo así. Con los artículos pasa igual, para que estén vivos y digan algo, tienen que escaparse de mis propias posibilidades. No sé escribir con contundencia y palabrotas como Reverte, ni tan lúcido como Javier Marías, ni tan mundano como Umbral, ni tan divertido como Camba, ni tan hábil como Ruano, ni tan prolífico como Pla, ni tan preciso como Azorín, ni tan inteligente como Alcántara, ni tan chispeante como Gistau ni tan libre como Maruja Torres, ni tan subyugante como Jabois ni tan nuestro como Vicent o Burgos, ni tan displicente como Arcadi Espada, ni tan burgués como Peyró, ni tan deslumbrante como Trapiello. Me faltan el oficio y la retranca de Raúl del Pozo. Yo sólo puedo escribir con osadía e imaginación. A tientas.

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