
Envío
Rafael Sánchez Saus
Violencia consentida
Cuarto de muestras
No sé cuándo pasó que los veranos dejaron de ser eternos. Que dejé de temer que había olvidado todo lo aprendido durante el curso y que llegaría septiembre con la mayor de las ignorancias a temer que no sería capaz de volver al ritmo de trabajo anterior a las vacaciones. Nacer temerosa tiene esas contraindicaciones, que la vida cambia, pero los miedos no, los miedos son iguales, pero a distintas cosas: miedo a la pérdida, miedo a la incapacidad, miedo a las ausencias, miedo a las persistencias. Miedo al miedo. Miedo.
No sé exactamente cuándo pasó que el verano dejó de aburrirme muy al final para pasar sin darme cuenta de que ya había pasado; Cuándo se redujo de tres meses mal contados a apenas quince fugaces días; cuándo los boquetes en la arena, excavados a conciencia en la orilla de la playa hasta convertirlos en pozos, se vinieron conmigo a pasar el invierno; cuándo mi madre dejó de usar turbante y a mí me acomplejó desnudarme para siempre. No sé cuándo dejé de hacerme la muerta en el agua y la más viva en la orilla. No sé cuándo los veranos dejaron de ser verano y se convirtieron en algo que se espera o ya ha pasado.
No sé tampoco cuándo fue, pero fue, que de repente el verano era hacer planes y dar explicaciones de a dónde nos íbamos o dónde permanecíamos, de cuándo cogíamos las vacaciones. El verano era hablar de los días más largos y de los que se iban acortando, del poniente y del levante; también, de lo que no se debe hablar nunca, del calor; de alguna serpiente invisible que recorría todas las conversaciones; del algún amor escandaloso. El verano era aburrirse, pero de otra manera.
Un verano me descubrí con mi libro en la playa sin enterarme de lo que estaba leyendo. Me sorprendí detenida en un paisaje sin verlo. Supe que mi pensamiento era escurridizo y pasó a estar siempre en un lugar distinto al mío. Se me reveló que así pasan los días de verano. Un descanso sin descanso, un reposo sin reposo. Un cambio sin cambio. Un tiempo sin tiempo.
No sé, intuyo, que quizás el verano sea eso. Recordar otros veranos, otras lecturas, otros tiempos. Entregarte ansiosa a la copa con amigos, al paseo, al libro que se queda dentro, al paisaje que te acompaña siempre, a la conversación efímera, al silencio de lo que prevalece. Detenerse en la belleza indescifrable de lo que pasa alrededor. A ese sol que sale y se pone, como tú, a diario.
También te puede interesar
Envío
Rafael Sánchez Saus
Violencia consentida
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Malos días para Núñez Feijóo
La Rayuela
Lola Quero
La Justicia y el Doctor House
La ciudad y los días
Carlos Colón
Cuando Redford llegó al Cervantes
Lo último