La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el listón de la vergüenza?
Los jerezanos no encapotamos los encantos de los prefacios navideños. Enseguida damos volantazo en dirección contraria: despejamos todos sus cielos. Los jerezanos no pecamos de jactancia cuando las Pascuas anuncian su inminencia. Muy al contrario: rebañamos el plato de todas sus convocatorias: incluso la más pura: el jugo del disfrute familiar en el seno del hogar. “Eso se llama amor”, como cantara la comparsa ‘El perro andaluz’ al término de uno de sus más aplaudidos pasodobles. O ‘La casa encendida’, según título poético de Luis Rosales, aquel integrante de mirada azul de la generación del 36. Los jerezanos hacemos caso omiso a los dengues. A los remilgos extemporáneos. A las delaciones de quienes -impostores- se presenten como rimadores del rollo macabeo. Los jerezanos enseguida nos vamos de jarana allí donde una copichuela pueda alternarse con esa fuente de cristal mate -que es senado de gastronomía de sabor sin fecha de caducidad- de roscos ‘La perla’. Los jerezanos nos arrimamos al calor de la amistad estando un marinerito, ramiré. Los jerezanos iniciamos la fiesta en el cuchareo del menudo flamenco -¡cosa más rica!- de la Venta el Pollo -es un poner- cuando los pestiños claman palmas por bulerías. Los jerezanos rara vez echamos margaritas sobre algún impostor al vitriolo y tampoco alardeamos de ello. ¡Ni falta que hace, filmeo! Es como poner una generosa porción de tocino de cielo de la abuela Antonia a dos centímetros de los labios de plástico del Monstruo de las Galletas.
En Jerez hay quien disfruta a toda pastilla del nudo gordiano de la multitudinaria intimidad y quizá otros -los menos auténticos y creíbles- escenificando a bombo y platillo la mácula de una vida ficticia a la luz menguante de las redes sociales. Hemos escrito “prefacio navideño”. Parecía que vocablos tales ‘prefacio’ o ‘albores’ sólo estaban circunscritos a las vísperas de la Semana Santa. Ahora los jerezanos nos hemos encargado de demostrar que ni hablar del peluquín. Este año 2023 constata que las Navidades cuentan en Jerez con un preámbulo, con una coda, con un prólogo. Con una antesala de sustancia -y fisonomía- propia. Jerez, cuna del belenismo, está marcando tendencia. Hace unos quince años localidades vecinas estuvieron a punto de arrebatarnos la denominación de origen de las zambombas. A Dios gracias colocaron un acento ficticio -postizo, bastardo- en la última a -cómo chirría esto de la zambombá- y hete aquí que la práctica totalidad de los andaluces detectaron la marca blanca de la cuestión. La pegatina, la calcomanía. Una cosa es expandir la seña de identidad y otra que el mercado libre quiera arrebatarnos el origen del invento. Entonces -siempre presto a la genealogía y a la analogía de lo andaluz- el maestro de articulistas Antonio Burgos salió a la palestra -como un catedrático de lo inaprensible- para poner los puntos sobre las íes, colocar la gramática en su docto estadio a honor y gloria de Antonio de Nebrija y dictar las verdades del barquero de la santa Madre Naturaleza de la zambomba más acá del frescor de la campiña jerezana, ciudad intramuros, concretamente en el útero más racial y jondo de los antiguos patios de las casas de vecinos. Sangre sociológica de la calle ídem.
La zambomba jerezana se ha convertido en un fenómeno de convergencia. Para natales y foráneos. La zambomba jerezana ya hay que enfocarla en términos aumentativos. Como la manufactura de una superproducción. Al estilo de los figurantes -ahora actuantes- de las películas del género Péplum de la época estelar del Hollywood cinematográfico. Todos los caminos conducen al Jerez más romano de las zambombas para cuyo libre acceso jamás se escribe la coletilla “hasta completar aforo”. En ‘La rebelión de las masas’ Ortega y Gasset señaló que “la sociedad es siempre una unidad dinámica de dos factores; minorías y masas”. Pero no una masa de hombres vacíos de historia en el caso sugestivo de las zambombas de Jerez. Aquí el debate mostrenco no tiene cabida. Cuanto hemos observado durante el puente de la Constitución, de la Inmaculada, exige el detenido análisis -profesional- desde el observatorio turístico de su potencial y desde la revisión cultural de su -in crescendo- parámetro no sólo social sino en atención a la propia orografía de la ciudad. Interesante envite y embate se les presenta a los buenos de Antonio Real y Paco Zurita. Ahora toca darse un julepe de consideración, un tute de padre y señor mío. Sobreviene un trabajo técnico acorde con esta revelación de la multitud. ¿Un diamante por pulir en nuestras manos? ¿Ecuación paramétrica y cartesiana del plano en el espacio? ¿Un concienzudo DAFO según las reglas menos convencionales del marketing moderno? ¿Un tesoro cultural que es vida, dulzura y esperanza nuestra? Los jerezanos ya han puesto en valor el credo de la zambomba. Toca desglosar su presente y su futuro. No sea que -desatentos a sus claves secretas- muera de éxito antes de tiempo.
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