Toros

Perera: "La sangre que derramamos es real y en Madrid valió la pena"

  • El diestro extremeño se recupera de la grave cornada que sufrió el viernes en Las Ventas · Ese día se consagró como una figura del toreo en una tarde de gloria

Miguel Ángel Perera sólo piensa en abandonar cuanto antes la quinta planta del Hospital Virgen del Mar de Madrid. El diestro extremeño se recupera de la grave cornada que sufrió el viernes en Las Ventas en la tarde en la que se encerró en solitario con seis toros. Tres orejas y dos cornadas, una de ellas de 15 centímetros en el muslo, fue el balance de una tarde de gloria, sangre y que le ha consagrado ya como figura.

-¿No era algo arriesgado encerrarse con seis toros en Las Ventas?

-Sí. Primero porque es un trago y una responsabilidad anunciarse en Madrid y si es con seis toros más todavía. Todas las miradas están puestas en ti. Y luego está lo que pueda pasar. En esa ocasión la tarde tuvo la circunstancia del viento, pero después de la primera cornada la tarde se vino arriba. Y todo se remató en el quinto. Las cosas vinieron así y hay que aceptarlas. Algunos pensaban que no tenía necesidad de anunciarme con seis toros en Madrid, la temporada estaba hecha y ha sido sensacional, pero las metas las pone uno porque sabe hasta dónde puede llegar.

-Una tarde difícil y bonita.

-Así es. Fue una tarde complicada, pero bonita en mi carrera. Jamás la olvidaré. Mi temporada merecía un final como éste. Quizá todo hubiera ido mejor si la tarde se salda con cinco o seis orejas y saliendo a hombros. Las dos cornadas dieron más mérito a mi actuación. La sangre que derramamos los toreros es real y el esfuerzo mereció la pena.

-Confianza, seguridad, templanza, ésas fueron las claves.

-Iba muy metido y muy mentalizado. Tenía que ir preparado para lo que pudiera pasar y para salir de cualquier situación. Debía controlarlo todo. Incluso cuando el toro me cogió por primera vez en el escroto, controlé la situación. Fui a la enfermería y le pedí a los médicos que me cosieran lo antes posible, porque no quería que el público no se impacientara. Quise controlar la situación en cada momento. Y pienso que lo conseguí.

-Y luego vino la segunda cornada, ésta sí que fue fuerte.

-Fue una cornada muy seca. El pitón me entró entre la femoral y la safena y me lanzó para arriba. Me di cuenta de que era grave. Por eso cambié el estoque de ayuda por el de acero para matarlo. Pero en ese paseo me hicieron el torniquete y vi que la pierna me respondía bien. De nuevo cambié la espada. Veía cómo la gente me pedía que pasara a la enfermería. Me costó tirar para adelante. Cuando fui a entrar a matar ya no sentía casi la pierna, sólo un dolor fuerte. Pero veía que valía la pena cortarle la oreja al toro.


-Pero el toro le avisó varias veces.

-Nunca terminó de entregarse. Me avisó con el capote, porque era muy incierto. La cuadrilla ya me dijo que había que llevarlo muy tapado. Sabía que me podía coger y así fue en los estatuarios. Pero cuando los toreros estamos con esa seguridad y confianza le quitamos importancia y nos entregamos.


-¿Qué siente cuando mata al quinto toro y ve la plaza entregada?

-Jamás lo olvidaré. Me fui al centro de la plaza a recoger la ovación. Fue el momento más emocionante de mi vida como torero. Me rompí conmigo mismo. Eso es algo que no se olvida. Camino a la enfermería era el hombre más feliz del mundo, iba muy feliz, lleno de ilusión, de satisfacción y orgullo por lo que había hecho. Esa plaza emocionada, entregada, con los gritos de "¡Torero, torero!" Eso jamás lo olvidaré. Luego los médicos me hicieron ver que había hecho una locura, pero los toreros somos de otra madera.

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