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Libros

El jardín de las ánimas

  • Juan Cañavate consigue urdir varias novelas: la de aventuras, la novela negra, la de la amistad, la novela de Melilla, la (anti)bélica y la histórica. También es una novela de la memoria y del homenaje a los rifeños y españoles muertos en las guerras de Marruecos

Cañavate, en el centro, durante la presentación del libro.

Cañavate, en el centro, durante la presentación del libro. / José Velasco / Photographerssports

Juan Cañavate nació y creció en dos ciudades norteafricanas, fue profesor en Alhucemas, se doctoró en Historia Medieval por la universidad de Granada y se desempeñó como arqueólogo de la Junta de Andalucía en las provincias de Almería, Sevilla y Granada. Practica el periodismo ciudadano y la navegación a vela. Entre sus ensayos académicos destacaría el titulado Granada, de la madina nazarí a la ciudad cristiana (Granada, 2006), un estudio fundamental para entender el inicio de la destrucción de una ciudad (que es el robo de una urbe, o sea, su transformación). Todos estos datos biográficos y profesionales, que acabo de apuntar, están -de diversa manera- en el origen y en el texto de El jardín de las ánimas, la novela en la que sorpresivamente ha incurrido su autor en este año tan raro de 2021, donde se celebran efemérides tan estupendas como el centenario de Carmen Laforet o el bicentenario de Gustave Flaubert, aunque Juan Cañavate viene a recordarnos otra fecha -casi desapercibida- de una herida aún no cerrada: eso que dio en llamarse desde el primer momento por la prensa el Desastre de Annual. Como comenta uno de los personajes, “el olvido es la esencia de España y recordar es casi un delito”.

Las guerras coloniales con el vecino del sur han sido en realidad la guerra de los cien años: desde la primera con O’Donnell (1859-1860), pasando por la de Margallo (1893-1894), la de Melilla (1909) y la del Rif (1911-1927), hasta la de Ifni/Sáhara (1957-1958). En todas ellas no hubo episodio más sangriento, caótico y doloroso que el de Annual en 1921, un preludio de lo que vendría después: una investigación (el Expediente Picasso) que pondría al descubierto la corrupción del sistema heredado del canovismo, la caída de la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y la guerra civil. En el centro de esta espiral, el trágico fiasco del ejército español africanista.

El jardín de las ánimas, que edita la UNED y la Ciudad de Melilla, es una novela de novelas. Es, evidentemente, una novela histórica, un libro sobre Annual que toca la memoria del heroísmo, de la colonización y de la cobardía, de todo lo que diera notabilísimos ejemplos el ejército español, que vio morir cazados como conejos a miles de soldaditos y vio también escapar como conejos a muchos oficiales. Pero también es una narración que no da respiros al lector: una trama de espionaje, una conspiración politicomilitar, escenas de combate, liaisons eróticas, persecuciones, rifirrafes con contrabandistas de armas, entre otras peripecias, conforman una auténtica novela de aventuras, que el lector disfruta no solo por la abundancia y variedad de los episodios, sino por el absoluto control de la escritura y la profunda humanidad que transmiten los personajes que ha creado Cañavate.

El libro es una novela de novelas, pero también una narración que no da respiros al lector

En primer lugar, el viejo militar Luis Varela, un coronel que no tiene quien le escriba la experiencia vital que no le deja sosegar, hasta que encuentra un escribidor en la persona de un soldado de reemplazo, un joven vasco -Eneko o Íñigo-, que sobrelleva su mili como camarero del Casino Militar de Melilla. Este planteamiento proporciona profundidad y juego de espejos espaciotemporales a la historia, vivida por el coronel (los años en torno a 1921), pero que escribe el soldado (unos meses de uno de los años setenta), dos ejes cronológicos que, a su vez, quedan enmarcados por el presente actual del siglo XXI: el primer y el último capítulo, en los que se acogen las reflexiones de un arqueólogo, valen por todo un resumen de las implicaciones históricas y políticas de Annual y pueden contraponerse al juicio sobre España, durísimo pero atinado, puesto en boca de Mhamed, hermano del líder rifeño Abd el-Krim, cien años antes:

No, amigo, no es la mejor opción para protegernos, un pueblo que lo primero que necesita es protegerse de sí mismo, de sus odios atávicos, de sus enemistades ancestrales, de su miseria y de la permanente injusticia y corrupción que gobierna su país desde que existe (p. 105).

La relación que se establece entre el joven periodista y el desencantado militar, se extiende a los personajes de todo un entramado familiar, dando lugar a un persistente y entrañable canto a la amistad, otro valor del libro de Cañavate, que ha conseguido construir un relato fuerte y tierno a la vez, donde en algunos momentos parece que estemos dentro de un western de John Ford.

Tanto Luis y Eneko, como el resto de protagonistas, están muy bien trazados: el sargento Joaquín Pinto (exseminarista y lector de poesía francesa), su mujer Noor, el fiero beniurriaguelí Fuad, la niña Sohora, la fascinante Belinha, el perro Castelar, los secuaces Montuno y Ginés… No faltan elegantes homenajes, como el del marinero gibraltareño, contrabandista de armas, que recuerda tanto a Corto Maltés. El tratamiento de los personajes históricos mencionados también es absolutamente respetuoso con la realidad de lo que se conoce de ellos: Mhamed (el hermano de Abd el-Krim), el general Silvestre, Millán Astray, Berenguer, el teniente Primo de Rivera, el capitán Picasso...

Otro de los muchos logros de esta obra es la descripción tan acertada como acerada de las ciudades en que transcurre la novela; sobre todo son notables las sentencias del narrador (que responde, sin duda, a la profesión del autor) sobre el trazado urbano de Madrid, Granada y Melilla, que ayudan a entender el carácter de sus actuales pobladores y el sentido del devenir de esas ciudades ganadas y robadas a sus antiguos ciudadanos. Hay, por otra parte, en todo el libro una limpia expresión de amor a Melilla, una ciudad vivida en todas sus estaciones, “esa ciudad mestiza”, que “no puede ser normal”, y a su hinterland, como se trasluce, por ejemplo, en este párrafo:

La mañana llena de luz, porque ha saltado el poniente, dibuja un mar intensamente azul en la Bocana, una lámina tranquila, en calma, en la que el agua, con la suavidad que produce su encierro en la restinga, parece respirar tranquila y besa la orilla en un suave murmullo de transparente cristal a través del que se ven los erizos y las holoturias, los pepinos de mar, que les llaman los melillenses (p. 133).

En todo el libro se nota una limpia expresión de amor por Melilla

Las limitaciones de esta reseña me impiden dedicarle atención a contextualizar el libro de Cañavate en una tradición cronística y literaria. La preocupación de la sociedad española por las guerras coloniales hispanomarroquíes desencadenó una pertinaz publicística en forma de crónicas y novelas muy importante, al punto de poder hablarse de un subgénero, en el que sobresalen obras tan distintas como las de Alarcón (Diario de un testigo de la guerra de África, 1859), Galdós (Aita Tettauen, 1905), Carmen de Burgos [Colombine] (artículos como corresponsal de guerra en el Heraldo de Madrid, 1909), Fernández Piñero [Juan Ferragut] (Memorias de un legionario, 1921), Franco (Historia de una bandera, 1922), Giménez Caballero (Notas marruecas de un soldado, 1923), Díaz Fernández (El blocao, 1928), Sender (Imán, 1930) y Arturo Barea (La forja de un rebelde, 1939).

La obra de Cañavate -historiador metido a novelista- actualiza esta tradición literaria de manera brillante, original y valiente, ofreciendo un contrapunto lleno de vitalidad e imaginación a la reescritura falaz de nuestra historia contemporánea, una obra tan entretenida en su narración y tan seria a la vez, una novela que, como la viuda Noor, también llora

por los chavales cuyos cuerpos ahora descansan sobre los campos y no acierta a distinguir entre rifeños o españoles y llora por sus madres y sus padres y sus hijos y acaba por llorar por una tierra sin perdón, al norte y al sur del mar que no para de sangrar (p. 314).

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