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Literatura

John Irving: “Si un libro no te hace sentir incómodo, ¿por qué razón ibas a leerlo?”

John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942), en una imagen reciente.

John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942), en una imagen reciente. / Toni Albir / Efe

En un momento de El último telesilla, la nueva novela de John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942), Rachel, la madre de Adam, el protagonista, besa de manera incestuosa a su hijo, aún niño, hasta excitar su deseo. La escena demuestra hasta qué punto no ha renunciado Irving a seguir hurgando en la herida del puritanismo sexual estadounidense, seguramente su mayor caballo de batalla como novelista. Sin embargo, El último telesilla trata ante todo sobre el control que las familias tienden a ejercer sobre sus miembros, a veces hasta extremos insoportables. En un encuentro celebrado recientemente de manera virtual con medios españoles, Irving admitía desde su residencia en Toronto que la escritura de esta escena le hizo sentir incómodo: “Sí, no me hizo sentir particularmente bien. Pero mi intención es que el lector perciba la misma incomodidad. La madre de Adam es tal vez el personaje más importante de la novela, porque ella provoca todo lo que sucede. Su ambición es controlarlo todo, hasta el deseo de su propio hijo. Por supuesto que se pasa tres pueblos, pero esto no lo hace más interesante. Si quieres juzgarla a nivel moral, es tu problema”. En cualquier caso, Irving defiende que a la literatura le corresponde generar esa incomodidad, como una responsabilidad fundamental de cara al lector: “Si un libro no te hacer sentir incómodo, ¿por qué razón ibas a leerlo?”

"Lo que me sorprende, todavía, es haber tenido éxito como novelista habiendo seguido el modelo que me ofrecían autores del siglo XIX"

Así que lo primero que cabe celebrar es que Irving ha vuelto siete años después de Avenida de los Misterios en su mejor forma. La expresión más abierta con la que indagaba en los límites de la tolerancia sexual de su tiempo en novelas como El mundo según Garp (1978) y Una mujer difícil (1998) se conserva intacta. Advierte el autor, eso sí, de que El último telesilla, que acaba de publicar Tusquets con la traducción de Juan Trejo, “no es mi novela más polémica, que seguramente sigue siendo Las normas de la casa de la sidra (publicada en España en 1986 con el título Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra), pero sí es la novela que seguramente examina con más claridad cómo son las relaciones que se dan en una familia”. También es la novela más larga de Irving (1.056 páginas en la edición de Tusquets), aunque el autor aclara que “no es el libro en el que más tiempo he invertido”. A través de la historia de Adam, Irving borda un fresco de la historia reciente de EEUU, a lo largo de ochenta años desde 1941, con especial atención a capítulos como la Guerra de Vietnam y la llegada a la Presidencia de Donald Trump. Admite Irving al respecto que el pasado “se me da mucho mejor que el futuro. No soy un profeta, ni pretendo serlo. Lo que pasa es que, dado que las políticas sexuales están retrocediendo a pasos agigantados en EEUU, encuentro en el pasado el material más interesante para escribir sobre ellas en el presente”. En este sentido, el escritor subraya que los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI “han sido siempre muy importantes para mí. Cuando era adolescente, mi madre trabajaba en un centro de atención a mujeres en New Hampshire, donde asistía a jóvenes sin edad legal para mantener relaciones sexuales que se habían quedado embarazadas, mucho antes de que el aborto se hiciese legal y accesible. Además, mis dos hermanos eran homosexuales, así que en mi casa se hablaba abiertamente de todos estos temas en los años 70. No es que me haya inventado yo estos derechos, es que crecí cerca de una mujer cuyo trabajo consistía en garantizarlos”.     

De vuelta al beso que en la novela reciben Adam de su madre, Rachel, la crítica ha querido encontrar una evocación del abuso sexual al que el propio John Irving fue sometido a manos de una mujer cuando tenía once años. Pero el escritor, quien no descarta la (por otra parte evidente) entrada en juego de recuerdos personales en la creación de la novela, no comparte tal perspectiva: “Aquello sucedió, pero yo no lo percibí como un abuso sexual hasta algunos años más tarde. Cuando lo hice me pareció terrible, sí, pero nunca perdí el afecto por aquella mujer, a la que conocía desde siempre. Si aquello hubiera salido a la luz y esa mujer hubiese quedado señalada, yo la habría defendido. Eso sí, me horrorizaría la sola idea de que un hijo mío pasara por lo mismo”.

"No puedo explicar por qué el fascismo está de vuelta en el escenario, pero es así"

Preguntado por los motivos del retroceso en políticas sexuales en EEUU, John Irving mete la directa: “No puedo explicar por qué el fascismo está de vuelta en el escenario, pero es así. No sería la primera vez que los seres humanos parecen no haber aprendido la lección de la historia. Se suponía que había que aprender del pasado para no repetirlo, pero estamos haciendo justo lo contrario. Cuando acabó la Guerra de Vietnam, creímos que la sociedad estadounidense nunca volvería a estar dividida, pero nos equivocábamos: la sociedad estadounidense está hoy más dividida que en los años de la Guerra de Vietnam. La polarización es absoluta. Es difícil encontrar hoy día a un personaje tan fraudulento como Trump, pero quienes le apoyan ya estaban mucho antes que él”.

A la hora de afirmarse como novelista, Irving recuerda que sus principales referentes no se encuentran entre sus contemporáneos: “En este sentido, recibo lo que merezco. Me he modelado con Dickens y con Melville. En mi adolescencia opté por leer a autores del XIX, nada vanguardista ni moderno. Si mis modelos hubiesen sido en aquellos años escritores contemporáneos, todo habría sido muy distinto. Mis amigos lectores odiaban a Dickens, preferían a Hemingway, a Faulkner, a Scott Fitzgerald. Lo que me sorprende, todavía, es haber tenido éxito como novelista habiendo seguido el modelo que me ofrecían autores del siglo XIX”. Mucho hay de Moby Dick, por cierto, en El último telesilla. La mejor estirpe de la novela americana sigue su curso, aunque sea con uno ojo (o los dos) en el pasado.  

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