'La política como vocación', convicción y responsabilidad

Tribuna Económica

Gumersindo Ruiz

12 de febrero 2019 - 02:33

Hace cien años, el 28 de enero de 1919, el historiador y sociólogo Max Weber (1864-1920), daba una conferencia en Múnich a estudiantes, que se convirtió primero en referencia del pensamiento alemán sobre democracia y constitucionalismo, y luego en uno de los fundamentos de la teoría política del mundo anglosajón. La política como vocación es el dilema de los dirigentes políticos entre su ética de convicciones y la responsabilidad por las consecuencias de lo que hacen o ignoran. En las facultades de Económicas y Empresariales leíamos a Weber por las consecuencias de la política económica y sus efectos no deseados, que casi toda actuación pública o empresarial tiene. Conservo un librito de Alianza Editorial, de 1969, con la traducción de Francisco Rubio Llorente, que recoge la precisión, distanciamiento, y ritmo del lenguaje de Max Weber. Las palabras de este artículo son las suyas, y cada uno interpretará si lo que escribe se aplica, y cómo, a lo que está ocurriendo hoy día. Precisamente, uno de los temas más interesantes de Weber es el papel del gobernante en las contradicciones y conflictos que surgen en el Parlamento, dentro de los partidos, y entre los territorios, pues debe ser capaz de controlar estas tres fuerzas, o por lo menos intentarlo.

Aunque la atracción de la política es, por encima de cualquier otra cosa, la del poder como tal, el político no puede mostrarse sólo como "político de poder", proclamando verdades y convicciones. Cuánta debilidad interior y cuánta impotencia se esconde tras gestos ostentosos, pero vacíos -la "excitación estéril" que definió Jorge Simmel-, pues hay en realidad una falta de responsabilidad, cuando se alardea de todo lo contrario. ¿En qué se distinguen los que se manifiestan y lanzan exabruptos, de otros demagogos extremos que pretenden acaparar la ética de nuestra convivencia? Son palabras de Weber, y habría que preguntarse también cómo vería nuestros acontecimientos recientes con dos hechos indiscutibles; uno, el pragmatismo -no le atribuyo necesariamente una connotación positiva- que llevó a gobiernos de la democracia a negociar con el terrorismo -recordemos mayo de 1999 en Suiza-, con comisionados, mediadores, relatores… como se quiera llamar. Y las consecuencias de una política, o no política, que ha permitido al independentismo pasar de ser muy minoritario a casi la mitad actualmente. ¿Qué ocurriría si llega al 60 o al 70%? Gestionar las exigencias actuales del independentismo, incluso modificando nuestra constitución es casi imposible, en una situación en la que se mezclan sentimientos e intereses, pero el político que dice yo no soy responsable, es la locura de los otros, no me interesa -dice Weber- ni me conmueve. Sí la actitud de un hombre "maduro" (la edad no importa) que siente realmente una responsabilidad, tiene a la vez pasión y mesura, es capaz de responder con un "sin embargo" a un entorno abyecto y estúpido, y al llegar a un punto dice: "No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo". Lo ha intentado; la ética de la responsabilidad y de la convicción no son aquí opuestas, sino propias de un político auténtico, alguien que puede tener vocación para la política.

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