Diego del Alcázar | CEO de IE University

“El humanismo creo que va a volver a ponerse de moda”

Diego del Alcázar, en Sevilla, hace pocos días.

Diego del Alcázar, en Sevilla, hace pocos días. / José Ángel García

Formar es la vocación de Diego del Alcázar Benjumea (Madrid, 1984). Es CEO de IE University y fundador de The Global College, un colegio internacional para alumnos de bachillerato. MBA por INSEAD y licenciado en Derecho, acaba de publicar La genética del tiempo (Espasa, 2023), su primera novela. Es un destacado articulista sobe educación, tecnología y emprendimiento, uno de sus empeños. Cofundador y directivo de South Summit, en 2017 fue galardonado con la Beca David Rockefeller en reconocimiento a liderazgo activo en asuntos públicos y cívicos.

–Que su editorial defina a su novela como disruptiva es un desafío, ¿no? ¿Rompe con todo lo que ha sido hasta ahora la novela?

–No creo que rompa para nada todo lo que ha sido la novela hasta ahora. Soy un escritor novel. La novela funciona para mi grata sorpresa, pero yo lo que creo es que [la calificación] se refiere más al momento tan disruptivo de la tecnología. En concreto esta biotecnología, que es capaz de cortar un trozo de nuestro ADN y sustituirlo por otro, desde luego es muy disruptiva, eso sí que rompe con cualquier tipo de biotecnología previa.

–Quizás lo dice porque es un ejercicio de reflexión.

–La novela, efectivamente, lo que yo he pretendido es que sea un ejercicio de reflexión. Que el lector llegue con algunas preguntas y salga con muchísimas más. Porque trata realidades posibles.

–¿Por qué la escribió en dos planos temporales? Uno en nuestra época y otro en 2072, en un futuro lejano, pero no tanto.

–Porque para mí era una forma muy útil de enseñar la evolución de la tecnología. Y para mí, el dilema que se plantea y la línea que trato de trazar viene de una época actual en donde nos vamos a plantear esta tecnología como un gran avance para curar enfermedades, y creo que es tremendamente positivo. Pero yo me pregunto si en el futuro, además de curar enfermedades, no vamos a tener la tentación de querer mejorar artificialmente la naturaleza humana. Y lo que he hecho con estas dos líneas temporales es tratar de reducir esa distancia para que sea muy difusa, para que el lector empatice con quienes quieren curar enfermedades, aunque sea pisando un poquito una línea, que ellos mismos pisarían seguramente, y que también sean capaces de vislumbrar qué consecuencias tiene esto con mejorados o editados genéticamente, que tampoco son superhéroes, simplemente son gente normal y corriente que saben hacer matemáticas muy bien.

–La historia está pensada para que el juicio lo haga el propio lector, ¿no?

–Sin duda. Mi intención sería que no supiera fácilmente llegar a conclusiones, que sintiera una curiosidad por saber más.

–Porque claro, el gran dilema de la novela es dónde están los límites de usar esta tecnología genética.

–Así es. El dilema que planteo es ése. Y juego con que en 50 años podremos editar la inteligencia de la gente. No deja de ser un juego, ese sí de mucha ficción. No creo que en 50 años la ciencia esté preparada, ni creo que obtuviera mucha utilidad que se editara la inteligencia, porque hay muchos factores externos que nos hacen más o menos inteligentes también.

–Estamos ahora muy preocupados con poner límites a la inteligencia artificial, mientras la novela pone el foco en que hay que poner límites a lo que somos capaces de hacerle al género humano.

"Es un error no invertir en filosofía, historia o incluso arte porque nos hacen entendernos como personas"

–Lo que subyace tanto de la mal llamada, para mi gusto, inteligencia artificial como de la edición genética es que el ser humano no va a poder evitar los desarrollos tecnológicos. Tiene que asumirlos y además hay que abrazarlos. Porque traen infinidad de cosas positivas, pero al mismo tiempo tiene que tener la formación suficiente. Por eso creo que es un error no invertir en humanidades, en filosofía, en historia, en arte, incluso, porque son materias que nos forman, que nos hacen entendernos como personas, y que nos hacen entender el mundo en el que vivimos. En definitiva, lo que nos hacen pensar críticamente, incluso disfrutar que no hay nada tan humano como sentir las emociones del disfrute o de angustia.

–No diría yo que el humanismo está de moda.

–El humanismo yo creo que se va a volver a ponerse de moda. Cada vez veo más titulares en los periódicos, que son los que dictaminan las modas, y en las redes sociales que hablan más del humanismo, porque al final, al vivir en un mundo en constante cambio, la gente siente cierta inseguridad en que no es parte de la decisión de esos cambios. Decía Albert Camus que las personas no son ni buenas ni malas, sino más bien nos dejamos llevar o tomamos decisiones por pura ignorancia o por pura inercia y que, por lo tanto, pues no lo hacemos con maldad. Pero acaban sucediendo cosas que pueden ser muy trágicas. La gente siente en ese momento de inseguridad, que no son parte de las decisiones que otros, por inercia o por ignorancia, toman por ellos.

–Ahora hay un discurso dominante de la especialización. ¿Estamos perdiendo de vista que una de las grandezas del ser humano es su capacidad de abarcar mucho conocimiento?

–Así es. En eso no puedo estar más de acuerdo con usted. Las universidades, incluso la nuestra, y la sociedad en general, es una sociedad mucho más tecnificada. Y mucho más transaccional con la educación. Uno se prepara para ganar dinero. Al final la educación tiene que ser mucho más holística. La utilidad de lo inútil, que es como se refería Nuncio Ordine –recientemente fallecido– en el Premio Princesa de Asturias de este año. De lo que él hablaba exactamente es de la necesidad de formarnos en nuestros orígenes, de entender las lenguas muertas; de entender a través de la filosofía hacernos preguntas sobre quiénes somos; de, a través de la historia, darnos una perspectiva de los vaivenes parecidos que hemos vivido para encontrar un refugio de nuestras tradiciones, para explicarnos a nosotros mismos. Es verdad que se está perdiendo en contra de un mundo en donde lo transaccional, el capitalismo de seducción, que llamaba [Gilles] Lipovetsky. Ese capitalismo de seducción es tremendamente peligroso, porque nos dejamos llevar por eslóganes, titulares o tuits, que en muy poquitas palabras nos dan una gran argumentación, pero sin pilares debajo.

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