Lectores sin remedio

Librerías de viejo y el tesoro escondido

Librerías de viejo y el tesoro escondido

Librerías de viejo y el tesoro escondido

A mediados de los años setenta del pasado siglo comencé, como tantos universitarios sensibilizados con la realidad política del país, a frecuentar librerías como las gaditanas Petrarca o Mignon en busca de libros de autores y temáticas nada bien vistos por un Régimen que ya agonizaba.

También fue en aquella lejana época cuando buscando libros aún no comercializados en nuestro país, descubrí mi primera librería de viejo, aunque en realidad no era tal. Y es que en aquella vivienda señorial ubicada en la calle Rosario, su anciano propietario conservaba una bien nutrida biblioteca en parte heredada de generaciones anteriores, y para subsistir se iba desprendiendo de títulos imposibles de encontrar en el mercado librero oficial. En aquella biblioteca privada que de alguna manera funcionaba como librería a la fuerza, comencé a sentir interés por los viejos impresos a los que la imparable maquinaria editorial iba condenando al olvido salvo para bibliófilos o, como nosotros entonces, universitarios ansiosos por leer “libros prohibidos”, aún cuando aquello era una sensación más romántica que real pues la censura vivía ya una fase de evidente retroceso.

Hoy las librerías de lance o de viejo son una rareza y en muchas ciudades han desaparecido de su entramado urbano, pero en aquellas que aún tienen la fortuna de conservar alguna, la experiencia para el visitante puede ser inolvidable y de seguro propiciará nuevas visitas. En Jerez, como en la vecina Cádiz, proliferó este tipo de negocios como lo hicieron al unísono pequeños talleres de encuadernación o empresas de artes gráficas, a los que la industria bodeguera hizo vivir una breve edad de oro durante el primer tercio del siglo pasado.

En Jerez también proliferaron librerías de viejo como aquella de 'Martínez de Pisón' en la calle Caballeros, aunque hoy sus nombres son desconocidos para la mayoría. Sin embargo, en la actualidad aún podemos visitar dos singulares librerías de viejo en nuestra ciudad. Cercana a la plaza de Las Angustias, en un local situado en la calle Granados nos topamos con 'La Luna Vieja', donde su propietario, el librero pero también artista y escritor Evaristo Montaño, guía al visitante por los pasillos y calles de la misma. En las bien ordenadas colecciones de libros podemos descubrir ediciones que creímos para siempre desaparecidas, al mismo tiempo que nos envuelve esa atmósfera irreal que solo en estos últimos reductos de lo imposible podemos encontrar.

En la plaza de Vargas el lector curioso encontrará 'Planeta Zócar' donde Chencho, su apasionado e inquieto librero, parece saber la ubicación exacta de los miles de libros, muchos auténticas rarezas, que se aprietan en un ordenado desorden. En fin, pasión por los libros y algo de tiempo es  de lo único que debemos ir provistos para vivir una experiencia inolvidable. Librerías de viejo, el tesoro escondido de algunas ciudades privilegiadas. 

Mariposeo 

“¡Cuántas veces me han confesado lectores sin remedio que recordaban como si fuera ayer el primer libro que leyeron o el que les deslumbró y lo convirtieron a esta religión, cada vez con menos vocaciones, que es la lectura!”, me comentaba el otro día una amiga, cuya profesión de fe quedaba fuera de toda duda.

“¡Y, por el contrario, cuántos otros lectores que se pasan mariposeando de autor en autor, de género en género, de libro en libro, y nada. Que no dan con el que le produce ese chasquido en el corazón o en la cabeza que eleva a estos libros a esa categoría solo para elegidos de “libro de cabecera”! ¡Y mira si hay libros!”, seguía reflexionando en voz alta mi amiga. “Como en la vida, querida -quise cortar su monólogo-. Ese mariposeo me recuerda a un amigo que desde que falló un penalti (no sé si contra un equipo canario) está dando tantos bandazos que aún no ha encontrado lo que él llama “el libro de su vida”.  Con un gesto en el que adiviné un “¿a qué viene eso?”, prosiguió mi amiga sin prestarme mucha atención: “Nunca me ha gustado la literatura juvenil.

En el colegio me obligaron a leer unos libros que casi me convierten al ateísmo lector; por aquellos tiempos yo era más de tebeos. Y sin embargo, ahora, a mis años, no me atraen como lectora las novelas gráficas, aunque reconozco que están muy bien conseguidas, e incluso versiones de clásicos realizadas con mucho arte. Fue ya en el Bachillerato cuando me puse a leer a los grandes autores. Me acuerdo -seguía mi amiga en su monólogo- la lectura de ‘San Manuel Bueno, mártir’ o ‘La Colmena’, o incluso ‘Tiempo de Silencio’, y la antología de la poesía del Siglo de Oro o ‘La Celestina’, pero fueron los comentarios en clase los que me hicieron profundizar en las claves de estas obras y apreciarlas en su excelente calidad. Libros que me llevan cada vez que puedo a dar testimonio permanente de mi fe: la lectura. Son los clásicos y eran otros tiempos, lo sé; pero a la buena literatura siempre se termina por llegar por cualquier camino y en cualquier momento”. José López Romero.  

 

 

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