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Provincia de Cádiz

Pepe Mujica, un hombre libre, sobrio y por tanto feliz

  • El presidente uruguayo dicta una lección sin pretensiones sobre la política, la economía y la sociedad "Siendo hermosa la vida, hay que jugar a fondo la carta de la libertad", dijo

Como quiera que antes, los intervinientes le habían colmado de elogios, José Mujica quiso aclarar ayer una cosa al público en la Cárcel Vieja. "No soy más que un terrón con patas" empezó diciendo el presidente de Uruguay al agradecer la concesión del V Premio Libertad Cortes de Cádiz. Y a partir de ahí su discurso sin papeles y sin envoltorio fue seguido en medio de un silencio atento y entregado, hasta que su "gracias" final fue saludado con una cerrada ovación de los representantes oficiales del pueblo gaditano. Incluso con más de un entusiasta ¡bravo! Y aunque todos los oradores, reunidos como en un escenario al final de una función teatral, parecían recibir la ovación, los vítores iban dirigidos exclusivamente al 'Pepe', como llaman en Uruguay a este atípico político que vive en una modestísima chacra (granja) a las afueras de Montevideo y entrega el 90% de su salario presidencial a obras sociales.

Así que el hombre despeinado, chaqueta azul claro, camisa a rayas sin corbata que le daban un cierto aspecto de montañés de ultramarinos, y gafas de sol para combatir la luz que entraba por la montera de la actual Casa de Iberoamérica, empezó a hablar: "Amigos, casi compañeros en el amplio sentido del término..." Y se presentó como "un paisano al que con otros se le ocurrió la peligrosa idea de cambiar el mundo. Creíamos que el hombre, ese animalito tan peculiar, tiene la capacidad de crear un mundo mejor, porque la naturaleza, o Dios según cada cual, le otorgó el don de la inteligencia y la conciencia, tal vez para que el Universo vivo tuviera una herramienta para autopensarse y rehacerse".

¡Quieto ahí! éste no es un dicurso normal, se dijo seguramente la gente, se dijeron las autoridades, los políticos, los empresarios, ministros y cancilleres reunidos a mediodía bajo una montera de cristales calurosa. Y 'el Pepe' se definió como uruguayo pero también como latinoamericano y por tanto perteneciente "a una patria que está por hacerse". Y para agradecer el premio, se acordó de esta ciudad y de aquella España "irredenta, de rabia e ideas, forjadora, que fue por el mar para tratar de encontrar caminos en América, esos españoles pobres que llegaban a aquellos puertos, y nos ayudaron a la vez que luchaban por sus propias salidas, un montón de nombres e historias de despojados".

"Sólo con habernos dejado la murga, la expresión cultural más importante de mi país, sería suficiente para estar agradecido", alabó el presidente uruguayo la herencia gaditana. "Lo que empezó siendo una explosión en la calle se ha expandido por el continente y se ha tornado en una forma compleja de expresión artística. ¡Cómo se transmiten los pueblos, cómo reproducen sus dolores y quereres!" dijo del Carnaval de ida, vuelta y varias estaciones.

Así que, ya saben, Mujica quiso aclarar algunas cosas que se dicen de él. "Que soy el presidente más pobre: no es verdad, pobres son los que precisan mucho. Yo aprendí a vivir como pobre por necesidad, en el calabozo, pero tampoco sería quien soy si no hubiera pasado tantos años en esa soledad, la soledad pensada y sentida puede dar las claves para vivir". Otra aclaración: "No tengo ninguna vocación de martirologio, no he querido ser un héroe, fui a la cárcel porque me agarraron, por falta de velocidad. Y me banqué (soporté) lo que tuve que bancar". Para Pepe, su tan comentado paso por la prisión fue simplemente "el precio por meterme a cambiar el mundo".

A la juventud y contra la derrota, pese a todo: "Lo más grande de la vida es arrancar de nuevo, en todas las cosas, en el amor, en el trabajo. La vida es la cosa más hermosa que existe. Estar vivo es un milagro si tenemos en cuenta que estadísticamente hay tantos factores en contra. Y si es un milagro, la vida no se debe malgastar, sino vivirla con intensidad. Existe una libertad genérica amplia, pero también está esa otra libertad pequeñita, personal que consiste en disponer de tiempo y gastarlo en las cosas que más te motivan. Ese margen de tiempo es el verdadero trasfondo de la libertad. Y la sobriedad, el vivir liviano de equipaje, no ser prisionero de las cosas, te da ese tiempo".

Sostuvo Mujica pues, como conclusión inevitable, que "siendo hermosa la vida, hay que dotarla de felicidad, y para eso hay que jugar a fondo la carta de la libertad, que no se puede dejar en el camino".

El uruguayo tranquilo que optimistamente se declaró ayer "al borde de la ancianidad" se transmutó en sabio para pintarnos el retrato de la sociedad actual: "Se nos ha dicho que el objetivo es vender, multiplicar el crecimiento y que si no crecemos ¡ay de nosotros! y temblarán las cátedras y las bolsas. Y así hemos construido una civilización que ahora nos lleva, en lugar de llevarla nosotros a ella. Somos permanentes pagadores de tarjetas, masas enteras contrayendo deudas. Quieres que a tu hijo no le falte lo que te faltó a ti, y terminas faltando tú. Las contradicciones están sentadas en nuestra civilización. Consumimos mucho, cambiamos de teléfono todos los meses, y pronto veremos que cambiaremos de teléfono cada día. Armamos un desastre ecológico y gastamos una fortuna tratando de arreglarlo".

Así que sigamos su razonamiento lógico y consecuentemente divertido: "La sobriedad no es una manía de viejo lunático. No levantamos la bandera de volver a la caverna, es sólo que no conviene dejarse engañar por el espejismo de que comprando vas a ser más feliz. La felicidad está en cuatro o cinco cosas: el amor, los hijos, tiempo para pasarlo con los hijos o con los amigos, alguna chifladura personal como la música clásica o la pesca, aunque no se pesque nada, y alguna cosa permanente, como el reumatismo".

Expresó Mujica un deseo universal como dos mandamientos que deben ser indisolubles: "Conocimiento y cultura para todos. Porque los goces más profundos de la vida, los de la cultura, las cosas que merecen la pena discutir lentamente, muchas veces se pierden por no tener las herramientas".

La intervención, que se diría quirúrgica, del presidente uruguayo finalizó con un largo agradecimiento por el Premio Libertad Cortes de Cádiz, y se refirió al escenario del acto, la Casa de Iberoamérica, "una vieja cárcel convertida en un lugar de condensación de la cultura iberoamericana, como demostración de que lo que se haga con las cosas depende (y se golpeó tres veces el corazón) del compromiso". Y recordó que una cárcel de su país ("a la que me mudé dos veces") ahora está convertida en un "shopping espectacular".

Reveló el destino de la escultura y el diploma que se le entregaron ayer: "Estará para siempre junto a una calderita hecha en el desierto que me entregaron los saharauis, junto a una espuela antigua que me regaló un gaucho de Tacuarembó, al lado de una pala y un martillo de mi padre, herramientas que cobran vida, porque un poco fetichista somos..."

Enrique Iglesias, el secretario general iberoamericano, también uruguayo, había dicho antes que si el año pasado Cádiz celebró los doscientos años de La Pepa, este era el "día del Pepe". Admitámosle el juego de palabras al que definió a Mujica como "un hombre coherente con lo que piensa, de una consecuencia que fascina, dueño de sí mismo, militante permanente, un hombre no sólo libre, sino también feliz".

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