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Mortero bastardo

Bailando con chocos

PUES a la ‘plaza’ llegaron las bailaoras de Anamarga en coche de caballos, ataviadas con trajes y mantones y peinadas como en los tiempos de maricastaña. Guapísimas todas, bellísima su llegada  a la puerta del mercado, en la calle doña Blanca. Los clientes habituales no entendían qué estaba pasando. Parecía uno de esos ‘flashmobs’ de los de ahora. Pero no, era un espectáculo pensado, preparado con esmero, realizado por profesionales de altísima calidad. Se dirigieron al interior del edificio, abriéndose paso a duras penas entre el gentío que abarrotaba las galerías. Si de por sí los sábados la plaza está hasta la corcha (expresión que procede del mundo bodeguero en referencia al corcho que hace de tapón del tonel), ese día se les unían un montón de gente no habitual, muchos de ellos con aspecto de no ser de por aquí, es decir, el público mayoritario del festival.

La actuación la hicieron en la nave del pescado. De los pescaderos, unos protestaban chillando – ¡A bailar al Villamarta, fuera!- temerosos de que los clientes habituales se largaran al Mercadona; algún otro seguía el compás con los cuchillos bien afilados; mi amigo Luis, elegante y parsimonioso, miraba divertido mostrando su permanente sonrisa. Era casi imposible hacerse un sitio para ver a las bailaoras. Aún así, el breve intento de entrelazar el corazón de la ciudad en sábado con esa transfusión de sangre diferente y nueva inyectada por el FIF, resultó espectacular. 

La despedida, ya en la calle de nuevo, Anamarga y su gente, ahora acompañadas por sus alumnos, hicieron un último baile deslumbrante, con decenas de mantones al vuelo, cuyos flecos acariciaban las caras de los espectadores que comprimían poco a poco el escaso espacio libre que consiguieron liberar. Así se marcharon, entre los aplausos de un público agradecido que por un momento se olvidó de sus obligaciones y sus problemas y se dedicó a soñar al compás del aleteo de los mantones.

Fue el más controvertido de los XX espacios elegidos, el más arriesgado seguramente, el que mejor fusión logró entre el espectáculo y el espacio en el que se desarrolló, pues ¿qué son los espacios sino vacíos cuando no están llenos de vida, es decir, de la gente para los que fueron construidos? En muchos otros en los que se han desarrollado estos espectáculos casi siempre había una barrera entre los protagonistas y el público. En este único espacio, tanto desde un lado como desde el otro, se “peleaba” por cada palmo de pavimento. -Tú estás bailando pero yo he venido a comprar. No sé quién eres, tampoco sé si me importa, pero yo tengo que pasar a por mi pescaílla y mis chocos-. A la rutina, al afán del día a día, les contestaron las hermosas bailaoras con un simple y lacónico: -Te regalo mi arte-. 

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