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Cultura

Compromiso jondo

  • Emi publica 'Flamenco, patrimonio de la humanidad',

Selección de Jesús Sancho Montenegro. Libro de Silvia Calado. Emi 4 CD + libro

El valor, el patrimonio son los miles de personas que ahora mismo viven el flamenco en Sevilla, Madrid, Jerez, Granada, etcétera. Viven por y para el flamenco. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres jóvenes, que son embajadoras de este arte en todo el planeta. Estudiantes de flamenco que, en sus países de origen, llevan esta franquicia adquirida en el corazón de Andalucía. El flamenco ya estaba "en el punto de mira internacional" antes de que lo mirara la Unesco, que es, según González-Sinde, lo mejor que ha traído esta declaración patrimonial. Ya estaba, como lo demuestran los festivales de Monterrey o el Festival Flamenco USA, Houston, ahora mismo Querétaro, Dusseldorf, Ámsterdam, Roma o Mont de Marsan. Como lo demuestra que la publicación periódica monográfica más antigua dedicada a este arte, llamada El Paseo, se edite desde los años 60 en Tokio. Como lo demuestra la canadiense Chloé Brûlé-Dauphin, cada día, o el francés Alexis Lefebre, en las tablas. José Greco era italiano, Roberto Ximenez y Manolo Vargas mexicanos, el maestro Granero argentino y Pilar López nacida en San Sebastián. No hablo de artistas menores sino de estrellas de lo jondo. Los grandes ensayistas flamencos de nuestro tiempo se llaman Washabaugh, Steingress o Faustino Núñez y han nacido en Milwaukee, Salzburgo o Vigo, como en el pasado George Borrow o Hugo Shuchardt. Por supuesto que todos estos ejemplos son meras ilustraciones a vuelapluma de un fenómeno que no es en absoluto puntual. Ni coyuntural, como demuestra la presencia de bailaores y academias jondas en París, Londres, Moscú o Nueva York en el siglo XIX. Las mejores grabaciones de Ramón Montoya y el Niño Ricardo se llevaron a cabo en París. Sabicas murió en Nueva York y el Pena hijo en la Mendoza argentina. Franconetti, el inventor de esta cosa llamada flamenco, es un medio italiano, como su nombre indica, que estuvo siete años viviendo en Montevideo. Bebo Valdés me dijo que, cuando él era un niño, en su calle de La Habana había tres cafés de Cante Flamenco. Con todos los respetos, señora González-Sinde, debería pedirle a sus asesores que se documentaran: el flamenco está "en el punto de mira internacional" desde su nacimiento. Con todo, me gusta que se hable de lo jondo, más allá de los ámbitos tradicionales. Aunque en la documentación de la Unesco, que el libreto de este disco cuádruple reproduce en parte, se cometan no pocos errores como aquel que circunscribe lo jondo a "celebraciones de festividades religiosas, rituales, ceremonias sacramentales y fiestas privadas" o que "la transmisión del flamenco se efectúa en el seno de dinastías de artistas, familias, peñas y agrupaciones sociales". Cualquiera que conozca la realidad de lo jondo sabe que se trata, ante todo, de un espectáculo teatral y que su transmisión se debe, fundamentalmente, a las academias de baile, a los maestros de toque y, en el caso del cante, al disco. Eso es así prácticamente desde que existe el flamenco, y ésta es la razón de que los primeros registros sonoros, y visuales, llevados a cabo en el siglo XIX en España fueran de cantes y bailes flamencos.

El gran patrimonio del flamenco es el compromiso que sus gentes muestran hacia el mismo. La devoción de los discípulos, como digo la mayoría de los mismos, hoy día, de origen foráneo. La entrega de los maestros. La entrega, siempre.

Lo que nos legaron esos maestros: unos repertorios vocales, instrumentales y coreógraficos aptos para poner en escena nuestras emociones. El flamenco nace en pleno romanticismo y es por tanto un arte de emociones, escasamente intelectual y donde la técnica está al servicio de expresión íntima. Esta última afirmación resulta cada vez más comprometida en nuestros días, pero, lo queramos o no (que sí, claro que sí), ésta es la base del flamenco.

El flamenco es un arte universal desde hace 150 años.

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