Hopper

01 de mayo 2015 - 05:00

PASARON los días de libros y rosas y volvemos a la cotidianidad, a los paisajes diarios donde la lectura y el libro parecen haber desaparecido. Me comentaba un amigo que el mes de abril dedicado al libro ha estado cargado de actos de muy distinto cariz e importancia, incluso más que otras veces. Realmente en esto no nos podemos quejar, decía. Algunos de estos secundados por numeroso público, y otros si bien con menor concurrencia no por ello menos entusiasta. Actos todos donde el libro, la lectura han sido el centro de atención, como en la presentación del último libro de José Manuel Caballero Bonald, pero también el íntimo y emotivo encuentro que días atrás mantuvieron en la biblioteca Municipal algunos lectores con José Mateos para comentar su libro Historias de un Dios menguante. Pero ese amigo también me señalaba que pese a lo que comentamos, la vida en la ciudad parecía ajena a todo ello y transcurría como siempre , sin que se visualizara la presencia del libro más allá de los actos programados entre las paredes de salones, librerías o bibliotecas. Pero es que aquí, en nuestra ciudad, como en tantas otras -le contestaba- la lectura ha ido perdiendo espacios cotidianos y por ello llama tanto la atención cuando observamos a un lector sumergido en la lectura bajo la sombra de un árbol, o tomando un humeante café en una cafetería. Hopper, el gran pintor americano al que algunos han descrito como el retratista de la soledad, también -si nos detenemos con calma en su obra- podría pasar por el notario de una época donde la lectura y el libro estaban muy presentes en las imágenes cotidianas que proyectaba cualquier ciudad, no solo las genuinamente norteamericanas retratadas por él. Hoy, cuando contemplo a sus hombres y mujeres -sobre todo mujeres- leyendo ajenas a todo en el asiento de un tren, en la barra de un bar, en el vestíbulo de un teatro esperando el comienzo de la representación, aparte de la admiración por su autor, noto con preocupación como esas escenas me provocan una creciente nostalgia. Ramón Clavijo Provencio

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