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Cultura

Presencias pararreales

HACE tiempo que la fotografía ha adquirido, si no su máximo estamento, sí casi una cima de absoluta trascendencia artística. Nadie lo pone en duda; atrás quedaron los tiempos aquellos de los advenedizos acaparando espacios que no les correspondía ni por creencia ni por preparación ni por conciencia artística - sólo el posicionamiento en los dictámenes de las modas les llevaba a una realidad que les cogía muy, pero que muy, de lejos. Ahora sólo quedan en nuestros establecimientos artísticos los verdaderos fotógrafos, artistas con mayúsculas que ejercen su profesión en un medio que le es propio por verdadera convicción. Además los que huíamos de estas espurias comparecencias, estamos más tranquilos, confiados que la fotografía que se expone, salvo muy señaladas excepciones, es patrimonio absoluto de un arte grande y sin resquicios para la duda.

Julio Criado y Carolina Barrio, en su línea contrastada de manifiesto acierto expositivo, nos conducen por la obra de un artista chino de esa hornada excelente de jóvenes realizadores orientales que expanden los registros de un arte con muchas buenas dimensiones.

China, entre otras muchas cosas, ha ido superando su constreñida situación cultural y se ha abierto a unos nuevos planteamientos donde los horizontes se muestran mucho más diáfanos y clarificadores que lo que exigían sus dirigidas y coercitivas manifestaciones culturales en general y artísticas en particular. Hoy, lo chino, en líneas generales, no es más que un accidente geográfico que los artistas asumen, o no, como mejor consideran.

La exposición de Chen Wey (Zhejiang, 1980) nos sitúa en dos campos distintos. Por un lado, una fotografía de desarrollo conceptual ambiguo, donde un paisaje de contundencia formal aplastante, sirve de escenario a un personaje solitario, invadido por el alienante poder de las grandes urbes, sometido a la soledad compartida, al efecto implacable de una sociedad que deja al margen la personalidad y cuestiona su propia existencia. El hombre es sólo el producto de su particular circunstancia, un minúsculo ser en medio de un océano de soledad. Son obras llenas de intensidad formal, de potencia visual, con lo humano y lo urbano manifestando su poder conceptual hasta posibilitar una singular metáfora de una humanidad en su cuestionable proceso existencial.

Al mismo tiempo, la galería sevillana ofrece un conjunto de obras en las que, a modo de especialísimas naturalezas muertas, una serie de objetos que insisten en la degradación, en la soledad, en el abandono y en la decadencia; paranoias humanas que patrocinan un universo muy a contracorriente. La obra de Chen Wey ilustra escenarios y escenas mediatas, argumentos de una sociedad arbitraria cuyos sujetos, presentes o ausentes, desentrañan una pararrealidad demasiado presentida. Muy buena exposición la que se presenta en una galería que se dispone a vivir con intensidad y entusiasmo los momentos previos a su desembarco en ARCO. Exposiciones como ésta hacen expeditivo cualquier camino hacia cualquier objetivo.

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