Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Vayan preparando la tortilla

Setenil de las Bodegas

EL sol de primavera hace brillar los olivares mientras cruzamos la sierra. Atrás quedan Villamartín y Algodonales. Allí arriba Olvera, oteando el horizonte, y luego Torre Alháquime, diminuta y coqueta, subida a su colina. La paz reina y la belleza lo inunda todo. Está en los mil tonos de verde, en las flores de la jara y el canto de los pájaros, en los montes que, orgullosos llevan miles de años vigilando que nada cambie. La luz clara borra toda mancha, y nos olvidamos de siglos de miseria y aislamiento, de vidas pegadas al arado y saber popular que eran sinónimos de incultura, de pueblos cerrados y emigración forzosa. Hoy la historia social vuela y el llanto del campo andaluz queda tan lejos como la estela de los aviones que pintan el cielo. Hoy la Sierra está de fiesta y nos ha invitado a disfrutar con ella.

De repente, la tierra púrpura se abre, y allí aparece el prodigio. Estamos en Setenil.

El río Guadalporcún se desliza perezoso entre las calles blancas, bañadas de silencio. Nadie parece recordar aquellos tiempos que hicieron a Setenil esconderse en su madriguera. Fueron años de sangre y fuego, de moros, cristianos y fronteras que cambiaban a cada momento. Una época dura de traiciones y alianzas y un asedio brutal de manos de Fernando el Católico. Una hazaña más para Isabel y su equipo de propagandistas que retrataron el momento en la sillería de la catedral de Toledo. Un gesto amable que nada tiene que ver con la feroz realidad. La Guerra y La Muerte cabalgando sobre Setenil, que abatida se recogió en su tajo para olvidar las penas. Y de ahí no quiso salir. Seamos bienvenidos, pues se abren para nosotros las puertas del inframundo, de un infierno sereno y hermoso en el que se apagaron los gritos muchos años atrás.

La iglesia de la Encarnación preside la escena, como símbolo de una victoria que hace tiempo se olvidó. Y alrededor, como un enrome manto blanco, la ciudad islámica, testimonio de días aún más lejanos y perdidos en la memoria. Un pueblo que asustado penetró en la roca y hoy apenas si sale de su escondite. Setenil es imposible, imposible y preciosa, a la manera de los grabados de Piranesi. Las calles salvan desniveles enormes en pocos metros, y por ellas apenas si cabe una persona. El trazado urbano es un laberinto que nació como un ser vivo y fue creciendo hasta echar raices.

Abril detiene su esplendor para contemplar Setenil. Se viene con nosotros de la mano y nos acompaña en este peculiar viaje al centro de la tierra. Acariciando cada detalle, emborrachándonos de cal pura y piedra. Viendo cómo Lázaro se levanta y comienza a andar fuera de su tumba.

Un pato nada en el río y dos turistas pasean despreocupados arriba y abajo. La calma domina Setenil, que vista de cerca parece la víctima de un cataclismo. De las Cuevas del Sol a la calle Cerrillo las casas parecen salir con miedo a observar si el monstruo que ha causado el destrozo se ha marchado ya. Con la montaña justo encima del tejado, a punto de aplastarlo todo. Así durante siglos, esperando que un día el destino se cumpla y arrastre al pueblo a un océano de magma.

Pasarán los días y llegarán mil abriles a besar las fachadas de Setenil, colándose curiosos hasta lo más profundo de sus Bodegas. Mil abriles se rendirán ante el milagro que nos regalaron moros y cristianos, antes de que todo acabe.

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