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Cultura

El retrato, una bella y única realidad

LA antigua modalidad artística del retrato, probablemente, ha sido la que menos se ha visto evolucionar. Quizás los autores se han dejado convencer por las exigencias de los que encargaban las obras, que ponían el interés sólo en las epidérmicas manifestaciones de unos parecidos que se requerían como único y determinante patrimonio. Los resultados han sido casi siempre poco satisfactorios, con obras casi idénticas, académicas, aburridas y sin entidad artística alguna. Vean, si no, las galerías de retratos que poseen algunas de nuestras ilustres instituciones públicas, privadas, financieras, universitarias… o, simplemente, particulares.

Muy poco, por tanto, ha cambiado el retrato en las últimas décadas y pocos artistas han dado el paso adelante. Precisamente, de los pocos que supieron apartarse del adocenamiento y de la vulgaridad imperante, ha sido el gaditano Hernán Cortés, máxima autoridad de una modalidad a la que muchos fueron llamados y casi ninguno ha apostado nada. Pero, hace ya algunos años que una artista de Chiclana, viene demostrando que tiene una especialísima habilidad para dar forma absoluta a la imagen representada y dotarla de una entidad psicológica superior que sólo consiguen los que están dotados de una capacidad suprema para esta difícil actividad.

Carmen Guerrero, que ya había dado muestras de una superioridad aplastante en la plasmación del paisaje, nos conduce ahora por su extraordinaria facilidad para representare la figura humana. Con un domino total y absoluto de los medios pictóricos, la autora de Chiclana sabe captar de forma magistral la dimensión humana del retratado y consigue, incluso cuando se trata de los más pequeños, ilustrar su íntima realidad como persona.

La exposición del Museo Taurino nos sitúa ante las mujeres de la familia de la propia artista; una galería de bellísimos retratos donde los personajes adquieren una máxima potestad. El retrato alcanza su cota más alta hasta tal punto que asume una nueva entidad, la de obra de arte total. El sentido ilustrativo de la representación, sus marcas identificativas, no dejan lugar para la duda; pero, además, cada obra aparece con un muestrario de elementos conformantes que potencian la visión de la retratada. Carmen Guerrero huye de las restricciones que imponen las marcas tradicionales del retrato y abre las perspectivas de una nueva modalidad donde la variedad estructural y compositiva es la nota dominante que se ve, al mismo tiempo, complementada con una diversidad de formatos que redundan en la calidad de la obra y en la emoción plástica y estética de un retrato poderoso, a la vez que sutil, un retrato lleno de enjundia, carácter y trascendencia.

El difícil y poco afortunado ejercicio retratístico, por fin, encuentra una nueva vía donde se plantee un sistema interpretativo convincente y alejado de los escleróticos registros que, últimamente, lo han hecho posible. Carmen Guerrero nos oferta unos modernos postulados donde sobresale, por encima de muchas afortunadas situaciones, una realidad artística, bella, única y diferente.

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