El parqué
Francia centra el foco
Desde la espadaña
Este es el tiempo en que uno tiene que poner en juego sus convicciones, aquello por lo que se es, lo que se es, y se siente, lo que se siente. Para mí, nada hay mayor que la fe cristiana, aquello que me hace ser con sentido. Sabiendo que lo que en verdad me hace cristiano es el seguimiento: "Si alguno quiere venir detrás de mí…cargue con su cruz y sígame" (Mc 8,27ss). Nada más; nada menos. No es algo abstracto, teórico o etéreo. Significa seguir su vía, para vivir la vida desde su savia, para vivir la muerte desde su muerte, para dar sentido a lo que supuestamente no lo tiene. Sobre todo, para "humanizar la vida", o para salvar las cruces y sufrimientos que conlleva.
Es evidente que seguir a Jesús supone aceptar los conflictos en el enfrentamiento con la mentira y el yerro. Sabido es, sin embargo, que la injusticia no está preparada para aceptar el correctivo pertinente, y se revolverá inexorablemente contra sus heraldos, por lo que la verdad, como siempre, será perseguida y la lobreguez querrá prevalecer sobre la luminiscencia. He ahí la dialéctica, la lucha inevitable de los cristianos, o de cualquier hombre de bien; he ahí la cruz emergiendo siempre en la trayectoria de sus discípulos, como lo demuestran veinte siglos de historia. Tarde o temprano los problemas y sufrimientos, las reacciones y resistencias son inherentes a la proclamación del evangelio; por una razón u otra sus testigos han llevado en su tradición la marca indeleble de la cruz. Luchar y vivir por un mundo más humano, siempre ha desatado las galernas ocultas del mal. El enemigo no cejará en su intento de derribar la única bandera que puede vencerle, la cruz.
Estar dispuesto a cargar con ella es imprescindible para buscar el ideal en el que, de una manera u otra, todos estamos de acuerdo: un mundo más ecuánime y humanitario, que no es sino el haz y envés de lo divino. Jesús no engaña a sus partidarios cuando les dice que carguen con la cruz, porque esa será la prueba paradójica de fidelidad en el verdadero seguimiento. Es la tarea apasionante y pasional por un mundo mejor, una Iglesia fiel y una vida más coherente con la buena noticia del evangelio. Padecer con sentido, con horizonte abierto a la existencia para que nuestra carga sea ligera y digerible; de no ser así, la cruz sería una locura masoquista y suicida. Hay que llenarla de sentido y significación, de otro modo su carga sería tan absurda como insufrible. Si cargas con ella desde Cristo, ella cargará contigo; de lo contrario todo se convertiría en una justificación para la desesperación. Cargar la cruz como Cristo, siguiéndole; no estoicamente, sino por compromiso y amor: "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13ss). La cruz es susceptible de ser transformada en amor, entrega libre y esperanza realizable.
He aquí donde radica la gran paradoja que escolta al cristianismo desde sus inicios. Desde la tragedia, porque la cruz es aciaga y trágica, encontramos los elementos necesarios para la promesa y la vida. Aquí se da, en la lobreguez de este momento, el arranque del triunfo inesperado. Porque en la cruz se proyectan los oprimidos y sufrientes, aquí el fracaso de la justicia y la humanidad, aquí el lugar de todos los abandonados de la historia. Esta es la causa de Cristo y la energía resucitante que asume el dolor para superarlo. A partir de aquí se puede sufrir y morir de otra manera, con la causa de la esperanza en un Dios crucificado que resucita y retoma la justicia de los humildes de la tierra. Si no ampliamos nuestro concepto de cruz y de muerte, será muy difícil encontrar el sentido de la vida. Saber por qué murió Cristo en la cruz, por qué se entregó hasta ese punto, será el mejor modo de dilucidar la razón de nuestro seguimiento y de nuestra razón de ser. Porque Jesús no la buscó por capricho místico expiatorio; más bien la quiso evitar para sí y para todos. Porque quien ama no busca cruces para los demás. La cruz se la impuso la soberbia del mundo cuando no aceptó su crítica liberadora y veraz. Tampoco huyó, ni contemporizó con los que se la querían imponer, no se doblegó a ellos; y le costó caro, como es evidente en todos los casos de quienes quieren ser fieles a sí mismos y a sus convicciones.
El salto cualitativo se da cuando Él continuó amando, a pesar del odio con el que se le aplicaba semejante suplicio. Aceptó la cruz en fidelidad a Dios y en credibilidad a los hombres. Es lógico que el sufrimiento emane de ese compromiso suyo por la justicia, rompiendo así el sistema presente de iniquidad. Morir así tuvo sentido. Lo hizo por los crucificados de este mundo, por los sufrientes de violencia, por los deshumanizados y privados de derechos, por los excluidos, en suma. Morir así, tuvo sentido. La cruz de los hombres, así, es redentora. "El misterio de Cristo se hará de verdad patente únicamente en la cruz, -dice E. Schweitzer- y sólo quien lo sigue en el camino de la cruz puede en verdad comprenderlo". ¡Feliz Domingo de Pasión!
También te puede interesar
El parqué
Francia centra el foco
Miopía del opio
El parqué
Francia provoca las caídas
Desde la espadaña
Padres tóxicos
Lo último