Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Asume

El autor sostiene que el hecho de aceptar la realidad no significa someterse o encogerse de hombros. A partir de ciertas edades, lo más juicioso es hacerse cargo de lo que viene y seguir adelante

Más tarde o temprano, los achaques afloran. Más tarde o temprano, los achaques afloran.

Más tarde o temprano, los achaques afloran. / © Javier Córdoba

Preocuparse de forma enfermiza por la apariencia externa o el qué dirán es una muestra inequívoca de inseguridad, e incluso de inmadurez. El gran dilema de la humanidad debería ir más allá de lo que somos o dejamos de ser. Pero, desafortunadamente, prestamos demasiada atención a lo secundario o banal, evitando dar respuesta a las incógnitas existenciales, porque puestos a elegir, siempre es más cómodo enredarse con falsos debates estériles, como el del sexo de los ángeles o la teoría de que la tierra no es redonda. ¡Error! Inmensa equivocación: lo que no es plana es la vida, pues llega un momento concreto en el que se invierte la curva vital y aflora nuestra propia decadencia.

Con el paso de los años, comenzamos a observar un deterioro paulatino del organismo. Cuando no es una cosa, es otra y, amén de sumirnos en la hipocondría, tendemos a olvidar que al llegar a este mundo aceptamos que no existe eternidad. "No hay que escucharse tanto", decía mi padre con la sabiduría que le caracterizaba. Él sabía muy bien, por experiencia propia, que llorar siempre es gratis, mientras que reconstruirse tiene coste, pero anima. Sabemos que de nada sirve dramatizar, pues si una bocanada de aire desbarata un rompecabezas listo para concluir, las piezas seguirán siendo distintas al reiniciarlo. Y siguiendo ese mismo planteamiento, pobre del gato que se desanime si se le escapa el ratón, pues siempre le quedará el rastro que fue dejando. En definitiva, debemos acostumbrarnos a esos ingratos 'compañeros de viaje' que minan nuestra salud y han venido para quedarse hasta el día del juicio final.

La piel que habitas no es eterna. La piel que habitas no es eterna.

La piel que habitas no es eterna. / © Aiko Photography

Para llevar como es debido el síndrome de la edad y sus achaques, comencemos por admitir con normalidad las insufribles canas. No hay que esconderlas, mejor exhibirlas sin rubor ni remilgos. Un cabello blanquecino es el reflejo del tiempo vivido, como aquellos tatuajes de juventud imposibles de borrar que, aún perdiendo la llamativa tinta original, mantienen imborrable su riqueza expresiva y uno mismo se enorgullece mostrando la piel que habita, basta con recordar el significado por el que nos tatuamos. Del mismo modo, deberíamos observar con absoluta naturalidad que la epidermis pierda, inevitablemente, su tersura y suavidad original, pues esas arrugas o surcos que afloran en rostro o cuerpo son el síntoma inequívoco de haberse curtido en mil batallas, algunas de ellas incluso épicas.

Admitamos pues nuestra naturaleza perecedera y, para sobrellevarla, verbalícenos con total normalidad la palabra que más ayuda ante las pequeñas contingencias que con la edad van mermando nuestra salud: ASUME...

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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