Felipe Ortuno M.

Burla a los cristianos

Desde la espadaña

30 de octubre 2022 - 01:34

Burla, guasa, chanza, mofa, chiste, chuscada, ocurrencia, zumba, candonga, chirigota… Corto me quedo al expresar lo que, en algunos medios de comunicación, hacen y dicen cada vez que se dirigen a los cristianos, o tienen en sus garras a uno de ellos que, con ingenua voluntad, accede a una interviú o mesa redonda de algún programa 'cultural' infame. No conformes con la irrisión hacia el cristianismo, llegan a grados superiores de afrenta y contumelia. Golpean con dureza hasta el oprobio y la mezquindad, con tanta injusticia y tal ultraje que cualquier espíritu sensible, creyente o no, debe, por menos, levantar el grito al cielo hasta decir ¡basta! Es tal la falta de consideración que se perpetra, y de tal manera, que la indefensión de los creyentes ha llegado al paroxismo del dolor y la rabia. Cuando reparo en los mansos, que se ven atrapados en el rubor que les provoca la burla, cuando veo el cinismo de ciertos contertulios prepotentes riéndose de los argumentos, probablemente inocentes, de quien cree en algo y lo defiende con convicción, cuando advierto y siento la grotesca manera con que se trata al cristianismo, me sublevo. Porque se atenta contra el honor, porque se hace a manera de juego, como si no importase nada y todo fuera motivo de irrisión. Se desacredita, de manera vil, todo cuanto la Iglesia hace, hasta quebrantar su reputación y, en ella, a todos cuantos profesamos los mismos principios. Está claro lo que se pretende, porque no hay burla que no tenga un cometido, y no es otro que el de manchar, denigrar o mancillar. Saben proferir palabras hirientes, con apariencia de suavidad en el género literario, para penetrar, hiriendo en el corazón, con más eficacia que una hoja afilada. Vaselina en la forma, hierro en el fondo. La carcajada 'es un arma cargada de fuego' ante quienes optan por la otra mejilla; lo saben, por eso se atreven. Quizá nuestra gloria sea esta: el testimonio de nuestra conciencia, para soportar, con dignidad, el mal que se recibe a causa del bien que se haya hecho. No somos masoquistas, sin embargo. Sabemos de burlas, de falsos maestros que insidian, de tendencias ideológicas que engañan. La historia da fe de cuanto digo y sucede, porque la burla ya estuvo en el Jardín del Edén, en los días de Noé y hasta el hodierno momento desde el que hablo ahora. Han pasado miles de años, y aún no sabemos cuántos y cuán duro ha de ser el tiempo que resta, pero de una cosa estoy seguro, ninguno ha de poder contra la fuerza de la convicción en el amor y la esperanza.

San Pablo explica con más detalle la condición del mundo antes de que Jesús regrese: "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita" (2 Timoteo 3,1-5) Los burladores encajan perfectamente con esa gente. Vemos un incremento de mofadores en nuestra suciedad, y varios factores pueden estar contribuyendo a este fenómeno: fácil acceso a los medios de divulgación en donde burlarse, de todo lo que alguna vez se consideró honorable, se convierte en un pasatiempo favorito. Cuando los medios superan a la inteligencia, sucede esto: sin límites morales, los cínicos se crecen donde la razón y el pensamiento es aplastado. Sin brújula moral, inmersos en el relativismo, donde ya no se sabe qué es lo correcto o incorrecto, lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, todo está permitido, y todo aquel que intenta llevar una palabra de verdad es objeto de burla y persecución. Acaso sea signo de los tiempos aceptar el escarnio, con tal que se manifieste la verdad de la cruz en un mundo descreído. Si así fuera, daría por bien sufrido lo burlado; no aceptando, sin embargo, la arrogancia de quienes así actúan y justifican conducta tan impropia. Si me dejara llevar por la razón, ya hubiera maldecido en todos los idiomas de Babel, porque les sirviese de confusión y castigo; pero sucede que no me lo permite el corazón y, aún menos, la moral cristiana que practico, que aconseja al oído interno no dar pábulo ni crédito al círculo vicioso de odio y venganza; sino que practique el perdón y la clemencia -que no la excusa- porque sea este el modo en que puedan volver al carril quienes tanto afrentan. Acaso lo sepan, y sea ello lo que los lleve al ensañamiento con esta religión tan comprensiva, y distinta a esas otras, con las que no se atreverían por miedo a recibir leña de la misma madera. Saben que aquí no, y se aprovechan de tal mansedumbre cristiana. Me consuela, sin embargo, que se sientan seguros en sus ataques, sabiendo que la Iglesia no va a responder a sus merecimientos. No está mal que así lo hayan aprendido y así lo crean, porque son ellos los que, sin querer, testimonian la respuesta de nuestra convicción. Pues eso. Que hagan ustedes mucho bien y no reciban menos.

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