El parqué
Jornada de caídas
Desde la espadaña
Tarde o temprano lloras. Más vale que llores tú a que llore yo, decía mi madre cuando me reprendía por causa de algún extravío de mi niñez Hay que llorar. Es sano llorar, sin que necesariamente tengamos que llegar al epitafio, que también se llega. Diría, que es una de las más eficaces maneras de comunicarnos. Eso hacen los bebés, y eso hacemos los mayores, aunque de singular manera.
No hay mejor homenaje a los muertos que nuestro llanto. Las plañideras cumplían su función, por más que nos parezcan artificiales. Las prefiero a tanta frialdad afectada que se respira en los Tanatorios. Cuando yo esté de cúbito supino, Dios no lo apruebe hasta su venida gloriosa, deseo estar rodeado de plañideras, vestidas de solemne luto, como Dios manda, y con sobredosis de jipidos emocionados, agudos y continuos. Ya dejaré la dote donde convenga ¡Ah!, casi se me olvida, y con un relator de mis glorias mientras se sorben las secreciones, como una tumba poética, que eso le da mucha prestancia al duelo.
Queda uno de muerto como si hubiera sido alguien de vivo. Véase la balada de los ahorcados, las coplas de Jorge Manrique o el llanto por Ignacio Sánchez Mejías ¡Qué prestancia de lágrimas! Ya digo, llorar hincha el entendimiento en todas su facetas y modos: que tienes malestar, lloras; que los nervios te comen, lloras; que sientes impotencia, sufrimiento o desconsuelo, llorar te apacigua el alma. No es ninguna tontería. Si quieres conseguir llamar la atención, llora, aunque sean lágrimas de cocodrilo. No sabes lo que enternecen.
Entre un hombre y una mujer, por ejemplo, si hubiera trifulca, el llanto cura la violencia y restablece las relaciones. Es como un bálsamo menstrual, que tanto sirve a la hembra ante la incomprensión del macho. Un llanto lo resuelve todo. Porque hay cosas que no se pueden hablar; para eso está el llanto. Decir llorando es mejor que no decir. Poner lágrimas en los ojos da convicción y credibilidad no verbal a la inteligencia emocional, que tanto está de moda. Tú llora, después ya se verá; por lo menos que el llanto lubrique la córnea y libere al ojo de sustancias tóxicas.
Se decía que llorar era de personas débiles incapaces de controlarse; de ahí que reprimamos las lágrimas delante de los amigos, por miedo a mostrar flaqueza y poca compostura. Nada más lejos de la realidad. Hacedlo y os sentará bien. Lo he comprobado: te desahoga y relaja; porque el contenerse provoca que la olla a presión pueda estallar de manera extemporánea, y adiós entonces.
No conviene censurar las emociones, ni disfrazarlas, por más que creamos cumplir con las convenciones sociales, tan llenas de prejuicios y composturas capadoras de la personalidad. ‘Llorad hijas de Jerusalén’, no reprimáis el llanto, que sólo él ya lleva un mensaje, en cada minúscula gotita que cae por las mejillas y empañan las gafas ¡Qué bueno es compartirlas!¡Cuánto sana!
Lo peliagudo de las lágrimas y el llanto es que, más allá de su fisiología, no sabemos realmente cuál es la causa de su producción ¿Qué misterio hay detrás de las lágrimas? ¿Qué la causa en una u otra forma y con diferente significado? Todavía recuerdo con emoción aquella añeja película en la que el genial Peter Ustinov, representando al excéntrico Nerón, pedía el lacrimatorio. Habría que tener dos frascos: para las de tristeza y las de felicidad. Porque por todo se llora. ¿Qué haríamos después con ellas? Sólo el Apocalipsis habla de que ‘Él secará las lágrimas de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor’, mientras tanto, seguiremos con los sacos lagrimales llenos de agua y sentimientos con sabor a sal.
Tranquilos, que es buenísimo llorar, libera oxitocina, endorfinas y yo qué sé cuántas cosas más, dicen los psicólogos. Te deja suave como un guante. Llora, pues, y caiga el mundo mientras tanto ¡Es tan humano! Después de todo, esto es un valle de lágrimas y el llanto es quien mejor expresa lo impenetrable. Es algo más que una efusión de lágrimas y lamentos. Tuve un profesor, D. Olegario González de Cardedal, sabio de verdad, que decía: se puede sonreír, de igual modo que se puede sonllorar. Y para ilustrar su afirmación señalaba ese rictus indescriptible y enigmático que tiene la Gioconda, que no se sabe muy bien hacia qué lado del sentimiento se declina. Hay veces en que las palabras le salen a uno por los ojos, como torrentes de impotencia, de tanto que te duele el corazón. Las lágrimas se hacen sílabas, se vuelven sollozo y expresan lo que sólo así se puede decir, como un suspiro, como un lamento que desagua en llanto.
Claro que se puede sonllorar, y conllorar. Porque todos tenemos esa capacidad de conmovernos con los otros, sentir con los demás y hasta llorar juntos para querernos más ¿Acaso no es el testimonio de los volcanes y tempestades que llevamos dentro? Está el llanto del poema, el amor o la rabia; el llanto de la vida, la muerte o la esperanza; el llanto por los hijos; hasta por el amado perro lloran los hombres; por la flor que se marchita, por la vida que llega o que se va…siempre el llanto, presente hasta en el crepitar de la llamas de la chimenea que te hace crujir las entrañas de tantos recuerdos que agolpan, de cómo la vida se te va y lloras como si la recuperaras con las lágrimas.
Necesitamos un lacrimatorio para acopiar la vida que se derrama en lágrimas, con casi todo lo que verdaderamente importa y se expresa en llanto: lloras y te queda una paz inenarrable. Llorad, amados míos, hasta desechar las toxinas y alcanzar la sosegada sensación de la simpleza.
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