Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

1978: el año que Kiko Ledgard visitó Jerez

De izquierda a derecha: Pepe Sánchez, Manolo Yélamo, Kiko Legard y Ángel Revaliente.

De izquierda a derecha: Pepe Sánchez, Manolo Yélamo, Kiko Legard y Ángel Revaliente.

Jerez se mostraba expectante entonces. El punto de mira social estaba centralizado -y nunca mejor dicho- en cuanto sucedía Madrid intramuros. 1978 ha pasado a la Historia por configurarse como un año de profundas y profusas transformaciones políticas y culturales. Los poderes fácticos -que no precisamente quedaron in albis mirando las musarañas- estaban sentados a horcajadas entre el diálogo de ideologías antagónicas y el muslamen de un aperturismo sociocultural que haría furor durante al menos un quinquenio. Las Cortes Generales, en sesiones plenarias del Congreso de los Diputados y del Senado, aprobarían la tan ahora cacareada Constitución. Un ejemplo de diálogo -aunque no de cómoda negociación- en pro del sistema político parlamentario y del garante de los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos.

La quisicosa cultural emergió como un flujo trepidante, como una juvenil heroicidad sulfurosa, como un estallido febril de expresividad, como una abstracta toma de conciencia, como una invasión desenfrenada contra los formalismos estéticos, como un derrame de dimensión lúdica: empezaba a abonarse un terreno propicio para todos los atrevimientos pero también para todos los excesos. Entre la aspereza y la sofisticación, la movida madrileña principiaba a avistarse a un tiro de piedra. Un dato como botón de muestra: en junio de 1978 publicaría su primer trabajo discográfico el grupo madrileño Kaka de Luxe: que no fue un meandro de ficción sino el seminal estandarte de la posteriormente denominada movida. Algunos meses más tarde se estrenó el largometraje ‘La escopeta nacional’ dirigida por el maestro de la genialidad audiovisual Luis García Berlanga.

El movimiento underground hacía de las suyas. Y aparecía y desaparecía y reaparecía del fondo escénico de la sociedad civil como un forillo por veces más reconocible. La televisión se había consagrado como la reina -reyes catódicos- de todos los hogares. La familia se disponía, incluso espacialmente, en torno a ella, a la que trataban como un miembro más de la parentela (frente a a la cual adoptaban un silencio estremecedor). La caja tonta, que de ilusa no tenía nada, ya ocupaba el epicentro de las salitas. La tele no sería otra Pepi, Luci, Bom y ni mucho menos otra chica del montón. Ya entonces marcaba tendencia e imprimía carácter. Los presentadores de sus espacios y los protagonistas de sus series nos resultaban harto simpáticos y entrañables. Antipáticos, lo que se dice antipáticos, sí nos caían tal que así, a los niños, aquellos dos rombos que, como un imperativo signo excluyente de la unidad familiar, aparecían en el margen superior derecha de la pantalla como aviso condicionado de los contenidos sólo para adultos de cuanto comenzaba a emitirse.

Pero, con todo y con eso, la televisión -pongamos que nos referimos a su programación- constituía un elemento vivo al que profesábamos cariño y sobre todo fidelidad. Aquel año 1978 fue icónico en cuanto a propuestas televisivas muy referenciales. ‘Los ángeles de Charlie’, ‘Baretta’, ‘La abeja Maya’ o ‘El bosque de Tallac’ -o sea Yackie y Nuca-, ‘Mazinger Z’, ‘Un hombre en casa’, ‘Vacaciones en el mar’, ‘Orzowei’, ‘Aplauso’, ‘Cantares’, ‘Cañas y barro’ -con Victoria Abril y José Bódalo-, ‘El canto de un duro’ y ‘La segunda oportunidad’… ¡No me negarán que la parrilla no chispeaba calidad y originalidad en idénticas proporciones! Pues bien, de entre todos los programas, descollaba uno que mimetizó, en semanal reunión, a todos los integrantes de una misma familia por el atractivo de su estructura y por el dinamismo de su escaleta: el arrollador ‘Un, dos, tres… responda otra vez’ del siempre versátil y personalísimo Chicho Ibáñez Serrador. Enseguida obtuvo la rotundidad de un éxito sin precedentes en el género de los concursos televisivos, pionero en su dinámica y precursor en su concepto -combinando la cultura, la actividad física y una suerte de intuición o, dicho sin pátinas, de suerte-. Sin ningún género de dudas una de las piedras angulares del concurso fue el presentador de las dos primeras ediciones, con su resolución en el gesto risueño, la profesionalidad rayana a lo fascinante y un timbre de voz a medias extranjerizante -dueño de un encanto envolvente-: Kiko Ledgard. Un todoterreno de la telegenia. Kiko, peruano y padre de once hijos, estaba en 1978 en la cresta de la ola. Gozaba de una popularidad de masas. Se movía en loor de multitudes.

Precisamente aquel 1978 Kiko Ledgard realizó una visita institucional a Jerez de la Frontera -con repercusión nacional incluso hasta su constatación en prestigiosos semanarios de la época-. Kiko Ledgard se desplazó a la ciudad invitado por las bodegas González Byass. Lo hizo acompañado por su esposa Ana Teresa y por tres de sus secretarias Dely Huelva, María Casal y Kristina. Recorrieron las diferentes dependencias de la bodega y, tras firmar Kiko en una bota, fueron obsequiados con un jerez de honor. Asistieron, entre otros, Manuel María González, marqués de Bonanza; los consejeros de la empresa Carlos y Mauricio González y el director general Santos Cascallana. En la fotografía que hoy ilustra este ‘Jerez íntimo’ observamos a periodistas como Manolo Yélamo, Ángel Revaliente o Pepe Sánchez entrevistando al inolvidable presentador. Entonces fue Kiko quien se sometió a las preguntas de este periodístico ‘Un, dos, tres… responda otra vez’.

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