
La colmena
Magdalena Trillo
Moreno de playa
ES nombre de mujer, y no por casualidad. La tragedia del continente negro; demasiado larga por las incontables lunas que la lleva padeciendo, demasiado cruel por el sufrimiento que lleva infligiendo a tantos de sus hijos inocentes, demasiado injusta por el sometimiento de muchos a la patológica y desmedida ambición de unos pocos; es un drama con partitura de inicio pero, aún, sin telón de fin.
Conozco las gentes de África, sus tierras, sus costumbres, muchas de sus desgracias y, también, de sus alegrías. Sé lo que significa sobrevivir muy por debajo del umbral de la miseria, he convivido con personas que padecen este injusto, atroz e inhumano suplicio. Sé, también, que muchos de ellos, de modo incomprensible para los parámetros de un ciudadano europeo, aún no han perdido la esperanza, y no lo ha hecho porque saben que la única de las opciones posibles para salir, junto a millones de africanos, de la cloaca en la que malviven, pasa por ellos mismos. Dicho con mucha más propiedad y realismo: pasa por "ellas" mismas, por las mujeres de África.
En ellas, las mujeres de África, está el futuro de un mundo posible, porque el de hoy, es imposible.
Hay dos aspectos fundamentales que condicionan el proceso para conseguir un mundo mejor para África. Uno, es el tiempo. En el primer mundo pretendemos que los africanos salgan en cincuenta años de su agujero, cuando nosotros hemos necesitado más de mil años para convertir una tierra de bárbaros en un pueblo civilizado. Sencillamente, no han tenido tiempo suficiente para conseguirlo.
En segundo lugar está la voluntad de emprender ese cambio, y esta sólo está en el corazón de las mujeres africanas. De ellas depende casi todo en el presente: que los niños coman, que la vivienda esté habitable, que haya agua para beber, que la familia esté unida, que la vida exista… y, también, casi todo en el futuro, porque son ellas las que creen que sólo por medio de la educación de sus hijos, África llegará algún día a ser la tierra que merece. Mientras, los hombres hablan, beben, discuten, pelean y matan. Esa, es la diferencia.
En los parlamentos y gobiernos de la mayoría de los países africanos sub-saharianos sólo hay hombres. Son ellos los que hacen las leyes que luego no cumplen; ellos, los que mantienen vivas atroces costumbres como la ablación del clítoris a las niñas, la extirpación ritual de dientes a los niños, la entrega de adolescentes de catorce años a ancianos moribundos y así, un triste, largo y penoso etcétera. Pero son ellas las que nunca se cansan, las que mantienen la esperanza y consiguen que los suyos lo hagan, las que muestran su fuerza logrando cosas inimaginables dentro de una sociedad machista, primitiva y cruel.
Las ayudas materiales que, en millones de euros y dólares, salen cada año de nuestro mundo con destino al África pobre, quedan en casi nada. Da igual que sea UNICEF, la FAO, esta o aquella ONG. Salvo escasas, escasísimas, excepciones, la burocracia, la corrupción, el saqueo o el pillaje, consiguen que sea apenas un veinte por ciento de los recursos que salen de los países ricos lo que -en el mejor de los casos- llega a quienes lo necesitan para vivir mañana.
Es por ello, que los cauces para la distribución de la ayuda a África, deberían cambiar de forma drástica e inmediata. En apoyo de lo que les cuento, valga un ejemplo que no es otro que lo que ha hecho y está consiguiendo Vicente Ferrer en la India. Con poco dinero se puede conseguir muchísimo, siempre y cuando la administración del mismo sea la adecuada.
Las organizaciones de la ONU, muchas ONG's, algunos listillos y bastantes sinvergüenzas, se aprovechan -en mayor o menor manera- de la conciencia y la buena voluntad de las gentes para mantener su nivel de vida a costa de las vidas de los que mueren en el continente negro y esto hay que cambiarlo.
Si ustedes se imaginasen, siquiera, lo que una madre podría hacer con cincuenta euros en su bolsillo, en docenas de países del África pobre, sabrían cuanto de razón tengo, cuan urgente es la necesidad del cambio y cuantas mentiras les están contando .
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