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Descanso Dominical

Granujas

El Lute, el Vaquilla..., estrellas de los bajos fondos a los que pusimos alfombra roja en la gala de expiación de sus pecados

Desde los tiempos en que Lope y el Lazarillo medraban en la piel de toro -o incluso antes- en este país los golfos siempre han gozado de cierta indulgencia. Pícaros, bellacos, bribones que no nos duelen tanto porque se están buscando la vida las criaturas, que algo tendrán que hacer, ¿no?, que está la cosa muy mala. Serán unos granujas, pero son nuestros granujas. Algo así como aquella magistral y canalla campaña publicitaria de Rives: Noctámbulos, vividores, crápulas, rebeldes, demonios… nuestra clientela es gente respetable. Pues eso. Ahí están el Lute, el Cojo Manteca, el Vaquilla, estrellas de los bajos fondos a los que pusimos alfombra roja en la gala de expiación de sus pecados.

Les facilitamos vías de escape, ayudamos a construir sus motivos, se nos escapa la comprensión a chorros porque, de alguna forma, poco o mucho, nos reconocemos en ellos. Y si el Dioni le da un palo al banco de la esquina y huye con diez sacos llenos de billetes en la trasera del furgón blindado, ahí estará la afición para aplaudir fuerte. Oficinistas cincuentones enterrados en sus ojeras, ejecutivas hasta el coño del consejero delegado, del ex y de los tacones, niñatos sabelotodo, tertulianos de porros y litrona… todos gritarán ¡bien, Dioni, bien! Es esa admiración que se refuerza y se desata de manera más cruda y latente con los Robin Hood, aunque en estas también hay episodios del fenómeno fan que resultan verdaderamente espeluznantes. En el libro Un frenopático llamado España el primer capítulo se reservaría, sin ninguna duda, al análisis del caso del asesino de la catana, que, tras cargarse a machetazos a sus padres y hermana pequeña, recibió en prisión docenas de cartas de seguidores y seguidoras que lo consideraban poco menos que un héroe. Toma del frasco.

Todas estas simpatías, las propias y las muy extrañas, se desvanecen cuando el delincuente tiene poder, cuando pertenece a castas privilegiadas, llámese la política, la banca, la aristocracia. Entonces ya no son granujas o bribones sino chorizos y sinvergüenzas, calificativos menos cómplices. Ahí si nos indignamos, nos ponemos muy serios, no hay cárceles suficientes para tanto tunante y suena un clamor para endurecer las penas, aunque siempre aparecerá alguien para decirnos que no conviene legislar en caliente. Rateros de poca monta, mangantes profesionales, ladrones enmascarados y bandidos de mascarilla son parte intrínseca de nuestro paisanaje y nos seguirán acompañando para revolvernos el estómago. O no. Según el cómo, el quién y el por qué.

Pese a ello, no conviene resignarse, no se confíen. Ni siquiera si los delinquentes se llaman Canijo y Diego, han tenido en su banda a un tal Migue Benítez, y te los encuentras a la luz del lorenzo preparando una gira para celebrar sus 25 años en la carretera. Estos son los más peligrosos. Ya les contaré otro día.

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