Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Descanso Dominical

Sherryland

La paradoja fue aspirar al modelo Disneylandia ignorando que el verdadero parque temático de esta ciudad está en su propia esencia

A la vista de los acontecimientos de nuestra historia reciente podríamos concluir que Jerez tiene, en general, un alto concepto de sí misma, lo cual no parece desacertado como filosofía existencial. Es bastante probable que ese espíritu nos haya servido a modo de manual de supervivencia para dejar atrás lodazales varios. Es idiosincrasia. No confundir con idiocracia o idioticracia; lo primero es carácter y temperamento, lo segundo es un estado colectivo de aletargamiento teledirigido donde el individuo, ajeno a la inmundicia, se abona al ombliguismo más rancio, condena a galeras al disidente, abjura del término medio y justifica, perdona e ignora los desmanes, falacias y atropellos de los que están a su lado de la carretera. La foto fija actual de mi Españita, como diría el gran Chapu Apaolaza.

Volviendo a Jerez -que me pierdo- estamos en una ciudad que se ha fortalecido gracias a sus fracasos, que como teoría está muy bien, pero duele ponerlo en práctica. En más de una ocasión, como el gato de Schödinger, hemos estado vivos y muertos al mismo tiempo, buscando un modelo en el que encajar y una red para el siguiente doble salto mortal. Y así fuimos la ciudad del deporte, de los congresos, del mayor y de la juventud, y no fuimos realmente nada de eso. Y nos vendieron por duplicado la panacea de los parques temáticos, dos proyectos fallidos, ídolos con pies de barro que se estrellaron estrepitosamente contra la terca realidad que los hacía imposibles. Con Sherryworld los parcelistas de los Garciagos, una irreductible aldea gala, se conjuraron hasta hacernos ver que el rey iba desnudo. Después llegó Speed Festival, ¿se acuerdan? Ayuntamiento, inversores fantasma y correveidiles nos tuvieron entretenidos durante años, presentaron una maqueta que quitaba el hipo, subieron la apuesta con otro mamotreto anexo que se iba a llamar Equinoccio y al final del cuento el gran parque temático del motor se salió del trazado en la primera curva. Y en lugar de atracciones trepidantes y bólidos de Ferrari nos pusieron un Ikea, un multicines y rebajas de invierno. Cabe preguntarse qué habría sido de Jerez de prosperar alguna de estas megalómanas ideas, pero, viendo el panorama, no es descabellado pensar que el pufo habría sido de proporciones bíblicas.

Esta fue la gran paradoja, aspirar al modelo Disneylandia ignorando que el verdadero parque temático de esta ciudad está en su propia esencia, en su cultura, sus calles, las bodegas, el flamenco, su Semana Santa, la feria, las zambombas… Bastaría con preguntarle a cualquiera de los japoneses que se han dejado caer un año más por el Festival de Jerez. Hay mucho que mejorar, aunque ya estamos más convencidos de que donde se ponga el Torta que se quite una montaña rusa. Para qué llamarnos Sherryland si poniendo Jerez ya está todo dicho. Creo yo.

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