Con esto de que venimos de hibernar unos meses encogidos de frío y comienza a mejorar el tiempo de manera directamente proporcional al aumento de temperaturas, nos parece mentira que la vida y la energía vuelva como todos los años. No en vano, los romanos ya celebraban los idus de Marzo para recuperar fuerzas y empezar con buen pie el resto de meses. Lo que no sabíamos es que las consecuencias de nuestros actos siempre tienen razones que el corazón no sabe explicar. El amodorramiento invernal hace que muchas situaciones ni se expliquen ni se entiendan. Por eso, asumir responsabilidades es una tarea pendiente para todas las primaveras que vienen. Pero sobre manera para todos los años que nos queden por vivir. Ejemplos los hay. El denostado Trump alcanza los máximos niveles de popularidad a pesar de las críticas de buena parte de la sociedad civil y militar del país. El Gobierno español se encuentra en la picota por las actuaciones con países sudamericanos y sus relaciones bilaterales. En Andalucía se están promocionando huelgas y paros contra el decreto de escolarización del próximo año. Todo puede ser legal, necesario y hasta edificante, pero lo cierto es que las protestas de ahora no dejan de ser espúreas y faltas de sentido común, o lo que es lo mismo, son consecuencia de lo que en su momento se votó con una determinada intención política. Asumir las conductas cuando se introducen papeletas en las urnas debería ser obligatorio, sin poder protestar después al juzgado de guardia. Así evitaríamos tener que entrar en disquisiciones sobre el futuro de muchas cosas, disputas sobre las enmiendas de los recursos o reclamaciones a las propuestas de borradores vacíos. O, a lo mejor, lo que se quiere es estar entretenidos, mareando la perdiz, esperando que el carrusel siga o que nos llegue un coronavirus imprevisto para poder tener argumentos para pasar el tiempo.

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