Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez y su Mayor Dolor (por la muerte de Luis Morión)

En apenas 15 días nos ha dejado el ejemplar matrimonio formado por María José Gil y Luis Morión.

En apenas 15 días nos ha dejado el ejemplar matrimonio formado por María José Gil y Luis Morión.

“En un mundo de plástico y ruido, yo quiero ser de barro y silencio”. A esta confesión -que es postulado- del escritor uruguayo Eduardo Galeano pareció alistarse de por vida, a voluntad, el bueno de Luis -Pedro Luis- Morión Brenes. Un hombre discreto, silencioso -no hablaba por no molestar-, inteligente y dueño de un corazón que jamás le cupo en el pecho. Trabajador a destajo. Constante, como la insistencia -tan puntual- del orto. Luis era autoexigente. Cultivaba la mudez para acudir sin demora a sus asuntos, que por lo común consistían en ofrecer la mejor versión de sí mismo al prójimo. Huía -se despedía aposta a la francesa- de la charanga y la vocinglería. Estaba incapacitado para las procelosas agonías de los protagonismos omnímodos. Jamás buscó ni pretextó una fotografía con su imagen en el centro -y ni siquiera en los extremos- de la misma. Lo suyo era el ora et labora, la evangelización, sin ortopédicas interpretaciones. Jugaba en otra liga. No copaba el juego en la cancha de la gestión cofradiera por un exceso de modestia y por un atenuante de pudor. Prefería el martillo de su esfuerzo sobre el yunque de la humildad. De ahí los gruesos apéndices de su efectividad -como resultante del alto grado de compromiso que inalterablemente adquiría para con la causa de su Hermandad -el Mayor Dolor- o de todas las cofradías en su conjunto las tres veces -sucesivas- que perteneció al Consejo de la Unión de Hermandades bajo la presidencia respectiva de José Alfonso Reimóndez López ‘Lete’, Fernando Fernández-Gao y Manuel Muñoz Natera. Sí, por descontado, nos hallamos, prima facie, ante un Lete boy. Distintivo ante el que -sin mayores ambages- sobran todas las explicaciones.

En el Consejo de Lete ocupó el cargo de vice-tesorero. Con Fernando sería tesorero. Y con Manolo Muñoz Natera delegado de Caridad. En los tres mandatos Luis cuajó una labor excepcional. Silenciosa, juiciosa, afectiva y efectiva. Daba la sensación de bonachón. Cuando sonreía, que era a menudo casi por norma y por complacencia de un carácter afable, expandía en su rostro una amplia sonrisa de boca grande y expresiva, directamente proporcional a su corpulencia. Jamás le oí una palabra más alta que otra. Nunca, por descontado, la expresión altisonante brotó de sus labios. No combatía tirando de la alharaca de la altivez. O de la plastilina del cambio de criterio a beneficio de inventario. Luis se vestía por los pies. Su moral volaba alto. Su sentido de la ética escapaba, por arriba, a mediocres y mercachifles. Se daba a querer, sin pretenderlo. No ansiaba el sitial de ningún liderazgo. Prefería asistir, colocar el esférico en bandeja, a marcar los tantos. Ni del Señor ni de la Virgen, sino muchísimo de ambos. Llegó a ser hermano mayor en funciones de su cofradía del Mayor Dolor y sobrellevó tal encomienda con la sencillez y el sentido de la equidad y la igualdad propias del cargo. Empero evitó a toda costa que su nombre saliera con letras de molde acá o acullá. ¡Qué ejemplo de cofrade! Ni por asomo se arrogó la constatación del mérito. Tampoco, siquiera, cuando obtuvo 240.000 euros para fines caritativos como consejero del equipo presidido por Muñoz Natera. Logro -excelente- fruto de un trabajo ímprobo donde los haya.

Luis Morión -muy amigo y vecino en el Paquete del conocido cofrade de las Angustias Manolo Montenegro- ha fallecido quince días después de enterrar al amor de su vida. A su compañera, su esposa, su amiga, su todo. Sendos han marchado al encuentro del Padre cuando aún saboreaban la temprana edad de una existencia que todavía prometía el continuum de mucha tela por cortar y años de disfrute, amor y Evangelio. Así anunciaba por redes sociales el propio Luis la muerte de su esposa: “Hoy, día de su santo, ha fallecido mi mujer, María José Gil López. Más que mi mujer ha sido la piedra clave de nuestro matrimonio. Ella era la que me guiaba por esta vida. Gracias a ella, y a mi hijo, he sobrellevado todos los problemas y disfrutado de todas las alegrías. Hoy se me ha ido mi vida, yo seguiré vivo pero sin vida. Lo que sí os puedo asegurar, que pasear de su mano por esta vida ha sido un honor y lo mejor que me ha pasado en esta vida que hoy se me ha acabado. Dios la tenga en su Gloria y su Santa Madre del Mayor Dolor. Y su querida “Morena” la Virgen de la Merced. Descansa en paz y espérame en el cielo”. Quince días más tarde, antier miércoles, era el mismo Luis quien permanecía de cuerpo presente, a los pies de su Virgen de manos abiertas de la iglesia de San Dionisio. Su mujer María José fue hermana de Feliciano Gil, reconocido fotógrafo y antiguo hermano mayor de la Hermandad de la Esperanza de la Yedra, también fallecido recientemente tras dura enfermedad.

María José y Luis formaron un matrimonio ejemplarizante, siempre unidos, siempre juntos en todas partes, inseparables, enamorados como el primer día que cruzaron sus miradas. Fruto de su enlace nació un hijo, Luis José, que lleva en su sangre y en su personalidad toda la nobleza y toda la categoría humana de sus progenitores. De tal palo, tal astilla. La bendita rama que al tronco siempre sale. Descanse en paz el amigo Luis Morión. Qué poco tiempo ha tenido que esperarle en el cielo la niña de sus ojos. ¡Vivan por siempre en nosotros el recuerdo tan cariñoso de estas dos buenas personas!

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