Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Está más que demostrado que al poder no le gustan las manifestaciones, esa forma tan directa con que la ciudadanía expresa sus opiniones y reivindicaciones de forma colectiva, pacífica e incluso festiva, como ocurrió el pasado 8-M. Basta con que proliferen estas -y estamos viviendo un tiempo en el que florecen de forma tan hermosa como lo va a hacer la entrante primavera-, para que surjan declaraciones descalificadoras. Que si la España seria que trabaja está a otra cosa, que si los que enarbolan las pancartas… Como si no fuera una cosa seria manifestarse o que quienes lo hagan sean patanes que no le pegan un palo al agua. El miedo que les deben de dar las manifestaciones. Resulta un tanto chocante, porque al poder político actual cabría recordarle la manera en que se manifestaba cuando estaba en la oposición y ante cualquier medida progresista que tomaba el entonces gobierno en el poder. Lo hacía, además, asociados a la España más retrógrada y casposa y a los sectores más rancios y sectarios de la Iglesia, agitando odios y promoviendo olvidadas confrontaciones. Frente a la descalificación, hay que defender a las manifestaciones como expresión de una ciudadanía que se muestra alerta y consciente, y que sale a la calle para mostrarlo. Es muestra de un vigor cívico que ya quisiéramos siempre vivo y no tan aletargado como a veces parece. El pasado sábado llovía a cántaros y unos miles de ciudadanos y ciudadanas de Jerez salieron a manifestarse pacíficamente desafiando de manera incólume las inclemencias meteorológicas. Lo hacían para defender un derecho tan reconocido como incumplido en estos momentos, el derecho a una pensión digna. Había gentes de toda condición social y de bastantes edades, no solo mayores, aunque fueran los más. Me pregunto qué perversidad le ve el poder a tan natural, pacífica y seria manifestación para que caigan de nuevo en descalificaciones. Sin duda, debe ser eso: el miedo, el miedo que sienten de perder ese mismo poder.

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