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Otra vez se cumple el refrán de que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena. Ha tenido que producirse la muerte infame de dos guardias civiles para que ahora todos los ojos se vuelvan hacia una comarca históricamente olvidada por todas las administraciones como es la del Campo de Gibraltar.

Un cúmulo de malas decisiones políticas se cierne sobre un territorio hermosísimo, pero situado en una de las encrucijadas geográficas más complejas del planeta. Comenzó la cosa allá por 1870 cuando se creó La Línea de la Concepción sin dotarla de un término municipal de extensión razonable como para poder subsistir sin depender económicamente de la frontera. Así pues, desde el principio, fue un pueblo pobre y desprotegido condenado a vivir de su vecino británico rico y protegido. Pero, como su gente es sufrida, lista y resiliente, los linenses supieron construir con lo que tenían su propia prosperidad, entablar relaciones de perfecta convivencia con Gibraltar, mezclar su sangre con la británica y hacerse, incluso, necesarios por sus bondades para sus vecinos. De poco sirvió. En 1969, la decisión arbitraria de un dictador (no hay nada mejor para el totalitarismo que inventarse enemigos externos) cerró una frontera por la que entraban el empleo, la cultura y el bienestar y hundió a La Línea en la miseria. Cerca de 10.000 personas salieron del municipio afrontando lo que se vivió como un doloroso exilio. Aún andamos esparcidos por el mundo. Los que se quedaron empezaron pronto a probar el sabor agrio del desempleo (en 2022, la tasa fue del 29,3%, la mayor de España), la precariedad y la ausencia de inversiones. Estas últimas han faltado clamorosamente y, en su lugar, ha sobrado la pésima gestión de una frontera que se ha utilizado siempre políticamente, para abanderar un patriotismo trasnochado y estéril, sin reparar en el sufrimiento que se generaba en la ciudadanía de uno y otro lado.

Cuando el estado desaparece –y en el Campo de Gibraltar está muy desaparecido–, su lugar lo ocupan la injusticia y la desesperación. Cuando la política no cuida a las personas, hay mucho riesgo de que las personas caigan en la desafección, se deshumanicen y se entreguen al dinero fácil, a la delincuencia y a la violencia. Claro que hay que controlar a los 3.000 individuos que viven del narcotráfico, pero la clave está, sobre todo, en sacar de su abandono a los otros 59.000 ciudadanos honrados que merecen un futuro digno.

Ahora se reclaman más fuerzas de orden público, dotadas de más medios, y una actuación judicial más contundente y más rápida contra el narcotráfico. Y desde luego que hace falta todo esto, aunque ya sea tarde para mucha gente. Pero sobre todo lo que se necesita es atención política e inversiones, trabajo y educación. Las potencialidades de la comarca son muchas y no hay que tirar la toalla, pero no solo hay que enviar más guardias civiles y más policías: también hay que mandar al Campo de Gibraltar unas cuantas toneladas de esperanza.

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