En tránsito
Eduardo Jordá
Opositar
El guarán amarillo
Semana Santa y rara donde las haya. No tanto porque Nelson la haya barrido de un plumazo –que para eso es primavera–, sino porque tanta agua ha desconcertado a muchas personas y ha sacado de ellas todos sus malos humores: debían los pasos salir en cuanto un trocito de cielo azul afloraba entre las tinieblas o, todo lo contrario, no debía salir nada a la calle por mor de unas predicciones algorítmicas que cambiaban cada quince minutos. Ha habido mucha gente muy enfadada y hasta la Virgen andaba confundida, pues los mismos que la han sacado hace unos meses a la calle para pedir agua con rogativas renegaban ahora de las lluvias. Penitentes con las capas al viento o cubriendo los guiones, músicos intentando proteger sus instrumentos, figuras de Cristo con chubasquero. Se cuenta en los mentideros que en Sevilla ha habido petaladas al vacío y saetas a la nada.
Pobrecitos míos, dentro de las iglesias se afanaban los becarios de los medios de comunicación en informar sin información y en rellenar largas sesiones de retransmisión en las que, al final, se volvían a pasar –en bucle y diferido– las estaciones de penitencia de 2023. Y para mayor afán, como manda el canon, tenían que retorcer la frase para introducir palabras como “exorno” y “faz”, sin las cuales no hay comentario de texto cofrade que obtenga el aprobado, y afirmar, como si fuera una verdad inmutable, que el paso de los legionarios por las calles, que no tiene más que cuatro años, es ya una “importante tradición”. Vacíos han debido de quedarse los cuarteles en estos días, que no hay ciudad que se precie que no tenga su propio desfile de la Legión.
Lo que sí va siendo ya una verdadera tradición, aquí y en todas partes, desde hace ya muchos años, es que las procesiones sean utilizadas por la clase política –de izquierda, de derecha y de todos sus aledaños– para lucirse ante el pueblo. Más allá de una razonable representación institucional, hay en los recorridos más cargos de los partidos políticos por metro cuadrado que miembros de la Iglesia. Y esto, a lo mejor, habría que empezar a hacérselo mirar. El debate está servido: que si turistificación de la Semana Santa, que si espectáculo, que si hermandades ilegales, que si falta de espiritualidad… No lo digo yo, sino los propios cofrades en sus redes sociales. Lo cierto es que por mi calle ha habido este invierno ensayos de costaleros que parecían que llevaban promesas y a los que se han cantado saetas. Quizás sea tiempo de refugiarse en la Semana Santa de nuestra infancia, en las túnicas oscuras de ruan, los cinturones de esparto, los silencios y los rostros envejecidos de Cristo en los que el dolor de los débiles, la injusticia y el sacrificio aún conmueven. Más de una vez se lo digo a mi cuñado, cofrade de pura cepa donde los haya, que, parafraseando la famosa canción, “se nos va a romper la Semana Santa de tanto usarla”.
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