
En tránsito
Eduardo Jordá
Ulises
Sine die
HAY ciudades que adquieren tanta personalidad en algún momento de su historia que acaban siendo un remedo de sí mismas. San Petersburgo estará ligada para siempre a la Rusia de los zares, Florencia al más puro Renacimiento, Londres a la postal victoriana, Viena al imperio de los Habsburgo, por citar algunos ejemplos. Sevilla, por esa misma regla de tres, debería permanecer ligada al Siglo de Oro, a la Sevilla Americana.
Pero nuestra ciudad hace tiempo que equivocó su camino. Lo que no fue más que un revival folclórico lleno de tipismo en la primera mitad del siglo XX, con la idea de reactivar turísticamente a una ciudad deprimida, ha terminado convirtiéndose en el yugo que aprieta y distorsiona la auténtica realidad. La Nueva Roma triunfante en ánimo y grandeza, la ciudad que fue escenario de la boda del Emperador Carlos, la Híspalis que fue cuna de emperadores de Roma, la urbe visigótica que acogió a la mente más preclara de la época en la figura de San Isidoro, la capital almohade de Al Ándalus, la ciudad que más poetas ha aportado a la historia de la Literatura en castellano… Todo ello ha pasado a un segundo plano, en favor de una imagen costumbrista en el peor sentido de la palabra.
Sevilla se disfrazó de sí misma como el pueblo que esperaba a míster Marshall, pero éste pasó de largo y aún sigue esperando. Se ha puesto el disfraz de las Fiestas Primaverales y lo luce todo el año. No comprende que cada momento tiene lo suyo, que la Navidad acaba el domingo siguiente a los Reyes Magos y que lo mismo debe hacerse con el resto de fiestas. El disfraz nos obliga a ser grasiosos permanentemente, a contar chistes allá donde vayamos, a canturrear sevillanas por obligación, a tener pasos en la calle durante todo el año.
Frente a estos sevillanos de primavera, yo prefiero a los sevillanos de otoño. Tristes, malajes, ojerosos, huidizos y algunos, si se quiere, casposos, por utilizar un adjetivo que gusta a la progresía. Sevillanos como José María Izquierdo, Joaquín Romero Murube, Luis Cernuda, Rafael Laffón, Chaves Nogales, Cansinos Assens, Alberto García Ulecia, Fernando Ortiz y tantos otros. Sevillanos tristes de mirada perdida, cultos y continuadores de una tradición literaria que ha sido arrinconada por esa moda de los Sevilla-maravilla que lo invade todo. Frente a la Sevilla primaveral y farandulera, pido un hueco para los sevillanos de otoño.
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