Vikingos & Valhalla

La nueva entrega de 'Vikingos' postula, sin disimulo, la superioridad moral del paganismo

Este artículo está lleno de destripes. Y no me refiero ahora a los destripamientos que se verán en la serie, que son de aúpa, sino a los que haré del argumento. O sea, a los spoilers, en extranjero, para entendernos. Aunque quizá no sean demasiados, pero, como no tengo mayor interés en que vean la serie, los lanzo al descuido.

La primera temporada de Vikingos (Michael Hirst, 2013) tenía también sus destripes (violentos), pero un magistral tratamiento del choque entre la civilización pagana y la cristiana. Era fascinante. Se veía el paganismo en toda su crudeza ritual y su lógica mundana; y la fascinación que una religión del amor y el perdón produjo en los mejores de los vikingos. Entre hachazo y hachazo, había antropología de la buena (en los dos sentidos).

A medida que la serie avanzaba y las nuevas temporadas disfrutaban de las mieles del éxito, ese primer enfoque se fue enturbiando, quién sabe si por exigencias de la celebridad. En la secuela recientemente estrenada, que se llama Valhalla, ese acomodamiento al espíritu de los tiempos es impresionante. Por eso, aunque la serie trate de principios del siglo XI, habla del siglo XXI. Estamos ante una descarada apología del paganismo.

Sin disimularlo con cantos en los bosques y oh là là. Hay dos sacrificios humanos que se asumen con la máxima naturalidad. Sólo muestran el rechazo de un personaje a la degollación de su hermano, mientras los padres miran orgullosos. Esa reacción produce un auténtico monstruo de crueldad, tras su rencorosa conversión al cristianismo, por supuesto. Las sacerdotisas paganas, en cambio, son melifluas y sosegadas.

De otros personajes más positivos, se obvia que fueron devotísimos cristianos, como la reina Emma de Normandía. También está el regusto por mostrar al rey Canuto como un semi salvaje con la estética de los Ángeles del Infierno. Nada se dice de su madre, refinada princesa polaca, porque Polonia es el nuevo tabú.

Tanto anticristianismo no me extrañaría demasiado si Valhalla no descendiese (en los dos sentidos) de aquella primera temporada; y, si el marketing del paganismo no incluyese ya, como lo más natural del mundo, sus sacrificios humanos y todo. Estamos a un tris de que nos muestren a los incas sacando felizmente el corazón de sus víctimas agradecidas. Al menos, podemos celebrar que entre la aristocracia vikinga aparezcan personajes de color y, sobre todo, que no fume nadie, menos mal.

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