
En tránsito
Eduardo Jordá
Ulises
Cambio de sentido
EL filísimo del nuevo agosto, escucho en la radio recomendaciones de destinos veraniegos y escapadas de última hora. Y a qué precios. Les revelo un lugar secreto –mi favorito– para pasar sin despilfarro unos días de descanso: la cama.
Desde ella puedo oír a quienes refunfuñan por mi propuesta vacacional. El sino de nuestro tiempo consiste en no parar, tampoco en vacaciones. Para descansar de las actividades y rutinas cotidianas buscamos otras. Así, cancelar la alarma y echarse a mirar la sombra de las aspas del ventilador tiene algo de sublevación inmóvil: no obedece al llamado de moverse sin cesar la gente y los dineros.
La cama es necesidad (dadme un catre) y lujazo (se llama tálamo). Lugar sagrado. En ella ocurren y concurren cosas principales, el reposo, el llanto, las dudas, las batallas de amor –ay, Gongorilla– en campo de plumas, el miedo, los rezos de quien rece, la relatividad (qué distancias siderales en 135 cms.), el insomnio, el sueño, los sueños. Los sueños nos abren la puerta al lugar abisal donde solo una puede bajar a pulmón, contemplar lo que hay, volver a la superficie, vivir sabiéndolo.
Qué destino exclusivo, qué isla del tesoro. Quizá conozcan historias de acostados, esos hombres –faustas acostadas hay menos, adivinen por qué; Yoko Ono quizá…– que entonaron, con Chicho Sánchez Ferlosio, el “¡hoy no me levanto yo!” y se metieron en la cama para los restos.
Caballero Bonald mentaba a algunos de su casa. Y qué me dicen de Onetti. Frente a esos que presumen del canʼt stop (sic) y llaman vagos a quienes no les siguen el rollo, me inspiran confianza y sosiego quienes, en cuanto pueden, se quedan sin culpa en la cama un rato más.
El homo erectus (con perdón) como mejor está es tumbado. De quienes saben remansarse y solazarse en la cama he aprendido –o, mejor dicho, desaprendido– lo que me sobraba y faltaba para cierta plenitud y contentura.
Es por eso que recomiendo vivamente los colchones como destino turístico. Lo malo no es hacer cosas, sino no poder parar de hacerlas. Este mundo que no nos deja en paz nos impele –cuando no nos obliga– al ruido, la acción, la prisa, la alerta y la apretura continuas. Incluso en vacaciones. Hombre occidental –me dice por el pinganillo Antonio Machado– tu miedo a Oriente, ¿es miedo a dormir o a despertar?
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