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¿Qué celebro el 3 de agosto?

No podemos arreglar el pasado, pero sí usarlo para entender los problemas del presente

En realidad, la respuesta a esta pregunta es: nada. No celebro nada especial el 3 de agosto. Mi visión de la Historia es cualquier cosa menos una suma de efemérides y mi concepto de lo histórico se distancia enormemente del uso que habitualmente se le da a esta palabra por los no historiadores o por los que creen serlo sin serlo. Sin embargo, cada 3 de agosto o 12 de octubre vuelve a abrirse en canal ese debate -por antiguo, soporífero- que, por un lado de la cuerda, alarga sin sentido la sombra de la leyenda negra y, por otro, ensalza sin matiz alguno gestas del pasado pretendiendo temerariamente traerlas al presente. En ambos extremos, se hace un peligroso uso ideológico de la Historia tratando de justificar actitudes, de redimir remordimientos y de externalizar culpas. A ambas posturas puedo ponerles -y aun me divierte el ejercicio intelectual- un montón de notas a pie de página. Desde luego, por más que lo pretendan, nunca voy a sentirme heredera de monarcas, conquistadores y encomenderos, porque, de haber vivido hace quinientos años -supuesto de por sí ya carente de todo rigor científico, pero aconsejable ejercicio para la imaginación-, yo hubiera sido más del club de fans de Bartolomé de las Casas que del de Juan Ginés de Sepúlveda y, seguramente, tampoco hubiera estado muy de la parte de incas y aztecas, que, más allá de fabulaciones míticas y cinematográficas, no dejaron de ser crueles y violentos imperios que oprimieron hasta la extenuación a las pequeñas comunidades asentadas en su territorio. A fin de cuentas, todos los imperios se comportan de forma similar y nadie está libre de haberlo sido o de serlo en un futuro e incluso de ser, al mismo tiempo, colonizado y colonizador. Así de paradójica es la realidad histórica. No podemos arreglar el pasado, pero sí usarlo para entender los problemas del presente y para reconocer, a través de él, la grandeza, la complejidad y la profundidad de lo humano. Y, ahí, sí me ubico. Porque, cuando viajo a cualquier rincón de América Latina, el conocimiento de su Historia y de la Historia compartida -buena y mala, sombría y luminosa, llena de color, dolor, calor, caos, emoción y drama- me permite reencontrar una parte esencial de mi identidad -crisol en el que se funden muchas cosas muy diversas durante muchos siglos- y, al mismo tiempo, quedarme atónita y maravillada ante el descubrimiento del otro, de su diferencia, de su tragedia, su belleza y su dignidad. Ese es, de alguna forma, mi 3 de agosto. Les invito a secundarlo y a celebrarlo no solo hoy, sino cada día del año.

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