Extravío

En tránsito

06 de agosto 2025 - 03:05

No hay nada tan misterioso como lo que tenemos al alcance de la mano, justo delante de nuestras narices. El otro día lo descubrí al meterme sin querer por una calle que queda a menos de diez minutos del edificio donde vivo. Nunca había estado en esa calle, pero cuando me di cuenta de que no sabía muy bien dónde estaba, intenté orientarme sin mirar el GPS y al final acabé totalmente perdido por un barrio que no había visto nunca. Un barrio maravilloso, por cierto. Fui anotando los nombres de las calles por las que pasaba, que tampoco conocía (y eso que llevo casi veinte años en este barrio): Plaza del Cronista, calle Cristo Verde, calle Pedro Miguel, calle Divina Pastora, calle Hermano Secundino, calle Inocentes… Ninguna de esas calles me decía nada, ninguna me sonaba de un paseo anterior o de una visita a alguien que viviera por allí. En un momento dado me pregunté dónde demonios estaba: ¿era la ciudad en la que vivo o era un lugar a miles de kilómetros de distancia, tal vez en México o en Buenos Aires o en Lima o en Paraguay? Imposible saberlo. Todo era familiar y al mismo tiempo todo era desconocido. No había casi nadie en la calle y la mayoría de comercios y bares –muy escasos, por cierto– estaban cerrados o no aparentaban ningún signo externo de vida. Era como uno de esos sueños en los que vamos caminando por un lugar que creemos conocer –sabemos adónde vamos, sabemos que alguien nos está esperando–, pero todo lo que vemos nos resulta irreconocible hasta el punto de que nos sentimos a merced de una fuerza extraña que se ha apoderado de nosotros. Y por no saber, ni siquiera sabemos quién nos está esperando.

Ahora que todo el mundo está soñando con irse a pasar las vacaciones al otro lado del mundo –y dichosos quienes puedan hacerlo–, es curioso descubrir que el otro lado del mundo puede quedar a menos de diez minutos de distancia de donde vivimos. Nunca había pasado por la plaza del Cronista (que está dedicada, según me sopla la indiscreta Wikipedia, al cronista y humanista Pedro Mejía, o más bien Pero Mexía, autor de la Silva de varia lección que siempre elogiaba Borges porque le parecía uno de los primeros ejemplos de ensayística moderna), y ahora compruebo que es un lugar sumamente apacible en el que no me molestaría vivir. Sigo caminando y llego a la calle del Hermano Secundino, toda llena de naranjos enanos, tan silenciosa y tan recluida en sí misma que uno se maravilla de que aún existan calles así. ¿Quién fue el hermano Secundino? ¿Fue un fraile predicador, fue profesor en un colegio, fue un maestro de música? ¿Fue enfermero en un hospital de caridad? ¿Trabajó por aquí en una escuela para niños pobres? ¿O simplemente esta calle lleva su nombre porque le tocó en una pedrea municipal a la hora de nombrar una calle que nadie sabía cómo nombrar? En cualquier caso, bendito sea el hermano Secundino, quienquiera que fuese. Cruzando su calle, he llegado al otro extremo del mundo sin haber tenido que moverme de aquí.

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