MEJORANDO LO PRESENTE

Ángel Mendoza

Los intocables

Voy en el futurista e impactante nuevo tren de cercanías (hay que ver lo que mejoran los servicios públicos cuando huele a urna) escuchando una de esas terapias radiofónicas en las cuales los receptores se convierten por un momento en privilegiados emisores de testimonios algunas veces anecdóticos, airados en no pocas ocasiones, casi siempre rayanos en el desahogo postraumático. El tema de hoy es "los adolescentes y los jóvenes", así, a lo bestia, como quien manda una redacción en el colegio o convoca un concurso de dibujo en la asociación vecinal de su barrio vinculado a un tema genérico, cuya repercusión, en los dos casos anteriores, no comportará mayor trascendencia ("Andalucía", "la tercera edad", "el reciclaje"ý), pero que adquiere alguna dimensión si el medio es público y arrastra un buen número de seguidores.

El sesgo del programa que ahora suena no deja lugar a dudas sobre cierta angustiosa idea, cada vez más generalizada, acerca de un sector nada minoritario de habitantes del citado segmento social; territorio que sirvió durante décadas como lugar común sinónimo de dicha insobornable y hambre de conocimiento y futuro. Entra en directo una mujer joven que cuenta una pesadilla, estilo Stephen King, padecida en sus últimas vacaciones. Después de un bregado esfuerzo presupuestario consiguió programar una estancia de tres días, junto a su marido y sus dos hijos pequeños, en un pueblo de montaña cercano a una importante estación de esquí. Precioso el paisaje (les nevó), impagables los ojos de los críos ante el espectáculo de esquíes y telesillas, y bastante digno el apartahotel alquilado. Lástima que los de la pared contigua fueran una pandilla de veinteañeros que no estaban allí ni para descansar ni, por lo visto, para dejar descansar. A eso de las once, cuando el resto de vecinos empezaba a dormir, ellos empezaban a beber, a cantar, a saltar y, en cuanto alguien tuvo la osadía de cuestionar su "derecho a divertirse", a insultar y vejar a todos los que desconocían "con quiénes se estaban metiendo", además de amenazar "con liarla" más todavía. Tres noches infernales de gritos, porrazos y patadas en las paredes, de mala baba pueril y egoísta a manos de un puñado de niñatos que, para colmo, tuvieron la suerte de crecer en un sistema educativo que elevó las actitudes al rango de los conceptos y los procedimientos e hizo de la empatía uno de los términos más mentados en manuales y claustros. De eso se lamentaba esta mujer y muchos radioyentes más cuyo número seguro que no llega a muestra sociológica, pero que pone en cuarentena la oportunidad de la frase redonda del parlamentario socialista Mario Badena cuando se aprobó, el mes pasado, la modificación de un artículo del Código Civil que permitía a los padres corregir moderadamente a los hijos: "El derecho es un producto histórico y es obligatorio adaptar la legislación a lo que demanda en cada momento la mayoría de la sociedad".

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