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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El mundo salvado por los niños

Si perverso es hacer sufrir a los niños, más es condenarlos a que sean ellos, de adultos, los verdugos de otros niños

Hay muchos y muy hermosos Nacimientos por toda la ciudad. Pero de entre todos hay tres que conforman estas mañanas un maravilloso triángulo de felicidad plena por inocente, divertida por espontánea, esperanzada por toda la vida que tienen por delante. Lo conforman los vértices de los Nacimientos de Cajasol, el Mercantil y San Juan de Dios. Por sus tres lados de Sierpes, Sagasta y Francisco Bruna-Entrecárceles discurren las más alegres comitivas de niños cogidos a una cuerda si son muy pequeños o de la mano si son más mayorcitos, con sus maestros –qué hermosa palabra: así llamaban al Niño de los Nacimientos cuando fue adulto– como contentos, pero también esforzados, conductores de un mar de globos avanzando por las calles entre una algarabía de voces y risas que es el sonido más alegre que existe. Una de estas mañanas mis nietos fueron parte de esas felices caravanas.

Los veo y recuerdo el hermoso título del único libro de poesía que escribió la gran Elsa Morante: El mundo salvado por los niños. Primero por su título, que resume cuanto siento al ver estas comitivas de limpia alegría y pura esperanza. Después porque el libro se cierra con la Canción final de la estrella amarilla también llamada La carlottina, en la que una niña aria de la alemana nazi se pone la estrella amarilla, todos los niños la imitan y los verdugos, desesperados, no pueden distinguir unos de otros: “Ach! –exclaman– Ya no se comprende nada. / ¿La población entera es judía? / Demasiado tarde, señor Gauleiter. / Demasiado tarde, Führer. / Ahora todas las Autoridades pueden irse a paseo”.

Desgraciadamente las cosas no fueron así. Pero podrían serlo si se hiciera la única justicia que los adultos deben y pueden hacer a los niños: no condenarlos a ser víctimas del odio, la persecución, la miseria, la explotación y la muerte. Y no condenarlos a algo mucho más perverso: que cuando crezcan sean ellos, convertidos en verdugos, quienes odien, persigan, empobrezcan, exploten y maten a otros niños. Ningún niño alemán nació odiando a los niños judíos, ningún niño judío nace odiando a los niños palestinos, ningún niño palestino nace odiando a los niños judíos, ningún niño ucraniano nace odiando a los niños rusos, ningún niño ruso nace odiando a los niños ucranianos, ningún niño de la raza que sea nace odiando a los de otras razas… Nosotros, los adultos, somos sus verdugos y sus corruptores.

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