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crónica personal
DE la Alcaldía de una ciudad de menos de 200.000 habitantes a presidente de una de las comunidades más influyentes y punteras de España, uno de los feudos del PP y cantera principalísima de votos y de escaños en el Congreso .
Alberto Fabra debió sentir vértigo cuando la dirección de su partido le aclamó como presidente de la Generalitat valenciana a los pocos minutos de empezar la reunión para designar al sucesor de Francisco Camps. Fabra -nada que ver con el polémico ex presidente de la Diputación de la provincia- llevaba media docena de años de alcalde de Castellón, cargo al que accedió por primera vez por la dimisión del que había salido elegido y que revalidó el pasado mes de mayo con mayoría absoluta, es un hombre joven, físicamente atractivo, empeñado en la cercanía con los ciudadanos, con un punto de timidez, y que probablemente nunca pensó que un día sería presidente de la Generalitat.
Accede al Palau de la Generalitat con un Gobierno recién nombrado, a la medida de Francisco Camps, y con un partido convulsionado desde hace dos años por el caso Gürtel que finalmente ha provocado la dimisión de su presidente. Un partido que en el futuro inmediato debe afrontar la comparecencia ante los tribunales de varios dirigentes acusados de corrupción, sobre todo en la provincia de Alicante, y un partido que a pesar del tiempo transcurrido aún no ha restañado las heridas provocadas por el distanciamiento entre Camps y Zaplana, que ha provocado graves y probablemente irreconciliables diferencias personales y políticas.
Alberto Fabra va a tener a su favor que no está en esas luchas intestinas, tiene a su favor que el PP está deseando pasar página de lo que ha sido una pesadilla estos dos últimos años y hará todo lo posible por aparecer unido ante el nuevo presidente, y tiene a su favor que la dirección nacional del PP va a volcarse con Valencia y con Fabra tras una época en la que Rajoy se ha apartado visiblemente de esa región, incómodo por la forma en que Camps enfocaba sus problemas con la Justicia, sin asumir responsabilidades políticas y dañando así gravemente al partido. En contra de Alberto Fabra está su escasa experiencia en política autonómica, aunque los que le conocen bien afirman que su capacidad de trabajo no tiene límite y que no va a escatimar horas para conocer en profundidad los problemas de la región y tratar de resolverlos.
Camps ganó por mayoría absoluta las pasadas elecciones pero se dejó en el camino un buen puñado de votos, 70.000, lo que demuestra que su empecinamiento en mantenerse en la Presidencia contra viento y marea no era lo que deseaban los valencianos. El reto del nuevo presidente es recuperar esos votos perdidos pero sobre todo recuperar la ilusión de los valencianos del PP en sus dirigentes.
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