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Cuarto de Muestras

En la olla grande

En la cocina que me gusta, el horno que no es nada historiado, está siempre encendido

La cocina que me interesa no es un reality show, ni un quirófano, ni un laboratorio. Me gusta la cocina verdadera basada en la lentitud, la que no precisa ni de complejas fórmulas químicas ni de experimentos ni de efectos especiales. Una cocina elaborada con entrega y que se transmite como un fuego que ha de permanecer encendido por los siglos de los siglos. Una cocina cuya pretensión más alta es unir a familia o amigos. Una cocina que no emplata individualmente, sino que se sirve en humeantes soperas o en fuentes en las que te puedes servir a tu gusto e incluso repetir siguiendo un escrupuloso orden de jerarquía no escrito. La cocina que me ha hecho mejor es aquella que acompaña sus preparativos con una copa, que está regada con el mejor vino y que nos hace rezagarnos en la conversación. Una cocina que no resta protagonismo a la reunión en torno a la mesa, que es lo importante. Una cocina que comienza en la plaza de abastos, en las mujeres que a la puerta venden ajo, cebollas, espárragos y dignidad sobre un barquillo de madera. Una cocina que termina con fiambreras, para repartir lo que ha sobrado, porque todo se prepara con generosidad por temor a que falte, sabiendo que siempre sobra. Una cocina sin medida y sin tiempo.

En la cocina que me gusta el horno, que no es nada historiado, está siempre encendido, perfumando la casa con un asado lento de horas. Una madre, porque las cocinas que me gustan son territorio de las madres, se asoma de vez en cuando como quien contempla a un bebé dormido, para calmar sus miedos y asegurarse de que respira y de que todo va bien. En el fuego hierve un puchero en una gran olla por la que asoman flotando de vez en cuando una verdura o un trozo de carne, que nos recuerdan el inicio de las especies. El origen del mundo es una olla de puchero de cuyo hervor nacimos todos. En ella está el tuétano de lo que somos. Una cuchara de madera, movida por manos invisibles, nos mantiene vivos.

La cocina que me gusta tiene un calendario grande (de los que traían las cajas enormes de polvorones cuando éramos chicos) para señalar los días importantes y calcular las esperas, porque la vida es espera y es regreso. Es estrenar repeticiones y la cocina lo sabe. Es sacar los platos y los cubiertos bonitos, el cristal más fino y el mantel de fiesta. Es tener flores en casa. La cocina que me gusta hace la Navidad, la celebra.

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