Quousque tandem
Luis Chacón
Indigenistas de guardarropía
"Ajá & Ojú"
El circo tradicional está en crisis porque ha sido suplantado por las ferias y subastas de arte. Sólo ha cambiado el tipo de carpa, pero el espectáculo se sigue anunciando como grandioso y el público acude predispuesto a dejarse llevar por el redoble de tambor de algunos críticos y el brillo engañoso de la purpurina. Al fin y al cabo, todos necesitamos que alguien desafíe el vértigo de nuestra ignorancia, que nos diga cuándo hay que aplaudir sin hacer el ridículo. En el circo siempre se ha sabido cuándo hay que reír, cuándo contener la respiración y cuando aplaudir la triste fiereza domesticada de los animales tras atravesar un aro de fuego. En el circo el mayor misterio lo da el olor.
El otro día en Sotheby´s el jefe de pista asistía atónito a todo un número circense. A la velocidad del hombre bala y con el mismo efecto que el trallazo del látigo del domador de leones, una obra se autodestruyó en cinco segundos por expreso deseo de su autor, ante la perplejidad del público que, por una vez se planteó si le estaban tomando el pelo o estaban asistiendo a una cosa sublime. La historia tenía truco y el cuadro, como las chisteras de los magos, doble fondo. Tras el marco el autor había instalado un artefacto con cuchillas para que el cuadro se destruyese si se vendía. Ha tenido que esperar años y me lo he imaginado como un hombre bala, metido en el cohete hecho un gurruño esperando el redoble de tambor para salir al fin disparado. El número exige la espera.
Siempre he imaginado a los artistas sufriendo, buscando la trascendencia, intentando plasmar una idea, atrapar una intuición que perdure en el tiempo. Admiro a los artistas porque son como dioses, capaces de crear y de ser eternos. Destruir lo que se ha creado recuerda a los niños que desguazan su juguete nuevo en lugar de jugar con él. Claro que el público de todo circo es mayoritariamente infantil, más dispuesto a la curiosidad y al capricho que al abismo de las verdaderas emociones.
Cierto tipo de arte se ha convertido en un bien de consumo a merced de las modas para orgullo o vergüenza de sus autores, que no lo sé muy bien. Pese a sus propias explicaciones no sé si Banksy ha querido simplemente provocar, eliminar su propia obra para que no sea objeto de consumo o ir un poco más allá para demostrar que el único dueño de una obra es su creador, aunque sólo sea para destruirla, para evitar destruirse con ella. ¿Quién lo sabe?
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