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Cultura

Batallas de amor

  • El sello Ediciones Ulises recupera la tempestuosa correspondencia entre George Sand y Alfred de Musset.

CARTAS. George Sand y Alfred de Musset. Prólogo de Jorge Luis Borges. Trad. Jorge Luis Borges y José Biancci. Ediciones Ulises. Sevilla, 2015. 186 páginas. 16 euros.

La correspondencia entre amantes forma parte del diálogo íntimo entre dos almas gemelas, o al menos así se planteaba en esos tiempos en los que era necesario tomar lápiz y papel, escribir y dejar en manos de los servicios postales, o de algún amigo de confianza, la ventura o la desventura de lo que queríamos comunicar. Tiempos en los que no cabía más que esperar días, semanas o meses la respuesta anhelada, sin posibilidad de double checking. La idea del amor romántico no se podría entender sin la exaltación de las pasiones, sin esa verdad irrefrenable que los enamorados necesitan transmitirse so pena de perecer de nostalgia. Las cartas eran su vehículo primordial. Su expresión concreta.

Las cartas que durante su tormentosa relación se intercambiaron los escritores Aurora Dupin (1804-1876), conocida literariamente como George Sand, y Alfred de Musset (1810-1857) responden a este manoseado y denodado tópico romántico de los amores tumultuosos, pero son mucho más. Como apunta Jorge Luis Borges en su escueto pero intenso prólogo a la edición de estas Cartas, que fueron publicadas en 1945 por la Editora Inter-Americana y que ahora reedita la sevillana Ediciones Ulises, "el amor suele ser un convenio tácito cuyas partes se comprometen a hallarse indispensables y milagrosas". Lo singular es que en "el convenio celebrado entre George Sand y Musset, hay que notar esta circunstancia anormal: las partes eran realmente extraordinarias".

Personas extraordinarias unidas por una pasión extraordinaria vivida con intensidad y con dolor, aunque no con la misma intensidad y dolor. Cuando comienzan las relaciones entre Sand y Musset en 1833 él tenía 22 años y ella 29. No era mucha la diferencia de edad, pero sí la experiencia. Sand ya era esa mujer de mundo que había dejado a su marido para vivir su propia vida a pesar de los hijos y del qué dirán. Era la escritora sin prejuicios que gustaba de vestirse de hombre y firmar como un hombre, que deseaba convertirse, por encima de muchas otras cosas, en un buen "amigo" de Musset. Se movía por los salones de la alta sociedad de su tiempo como pez en el agua. Una mujer independiente y liberada, precursora feminista para algunos, que durante su vida compartió amor y amistad con algunos de los creadores más importantes de su época.

Esta Cartas salieron a la luz precisamente por iniciativa de ella. Con su publicación quiso mostrar la realidad desnuda de una relación que le hizo cierto daño a su imagen pública. "Usted sabe que esta correspondencia es la mejor refutación a las calumnias de que he sido objeto", escribe a su amigo Emile Aucante, al que convierte en albacea de estos escritos. Y estas calumnias a las que se refería no eran otras que las de "celos literarios; haber sido la causa de una grave enfermedad, promoviendo en Alfred Musset disgustos anteriores a esa enfermedad; la de haberle afligido, amenazado, echado durante su convalecencia; en fin, la de haberle llamado y atraído de nuevo para afligirle y amenazarle aún". Así quedan resumidos los motivos de un drama interpretado por actores desiguales y que tiene como principal escenario la encantadora Venecia.

Las cartas que verifican la terrible contienda son también de desigual interés y calidad literaria. Las de Musset (traducidas por Jorge Luis Borges) son, fundamentalmente, un desahogo del dolor por la pérdida, a ratos tiernos a ratos violento. El escritor, que se recupera de una grave enfermedad y de sus excesos con la bebida, no se resigna a la pérdida de su amada y no sale definitivamente del trance de esta pérdida en ningún momento de su discurso. No hay lugar para los acontecimientos cotidianos, apenas atisbos de lucidez para recordar los buenos momentos vividos. Solo dolor hasta el paroxismo, mimos y ternezas en bucle, reproches, desengaño, y algún débil rayo de luz entre las tinieblas que termina por apagarse demasiado rápido.

Las de Sand (traducidas por José Biancci) son bien distintas, la expresión de su dolor es más compleja. Ella es la que lo abandona por otro amante, el médico que lo cuidaba a él durante sus largos días de convalecencia y locura. Por eso en sus escritos conviven el desengaño, la pérdida, la culpa y la ilusión por su nueva relación con un nuevo hombre. También se acuerda de sus hijos, de sus amigos, y no duda en pedirle a su antiguo amante que le resuelva mil y un pequeños problemas prácticos. En los escritos de Sand hay también lugar para la vida, para pequeñas anécdotas protagonizadas por vecinas licenciosas o dulces mascotas domésticas. Y en los momentos de desesperación es contundente: planea matarse.

Dice Borges en su introducción que "lo verdadero en toda aventura no son las circunstancias concretas, es la general y abstracta pasión" y en esa abstracta pasión podremos reconocernos todos, pese a que la luz del tiempo haya terminado por diluir los colores brillantes de las circunstancias concretas.

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