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Tribuna Económica

Gumersindo Ruiz

A seguir bien

Si nos preguntaran cuánto es el gasto sanitario en Andalucía en un año como porcentaje del producto bruto de nuestra economía, pondríamos un número que, seguramente, por la sobreestimación que suele hacerse en este tipo de encuestas, estaría de media en el entorno del 15%; pero este porcentaje es mucho más elevado que el real. El gasto sanitario se mueve entre unas necesidades crecientes, debidas al envejecimiento de la población y a nuevos tratamientos y nuevas medicinas, que son caros, y una limitación presupuestaria. El sistema tiene tres válvulas de escape; una es el esfuerzo que hacen las familias que pagan a compañías privadas, y descargan a la sanidad pública, de manera que si decidieran prescindir de ese gasto y acudieran a la pública, ésta colapsaría. La segunda es la financiación prácticamente gratuita con cargo a la universidad pública de la formación del personal médico y sanitario, pues ni la sanidad pública ni la privada internalizan estos costes; la emigración de este personal es un pingüe negocio para otras comunidades autónomas o países -como Suiza- que se especializan en acoger médicos formados fuera. Y la tercera es el sentido profesional y vocacional de los médicos que mantienen, en la situación de precariedad que se ha agudizado con la crisis económica, un sistema que pese a todo nos hace sentir seguros.

Últimamente se han dado dos hechos peculiares; uno es el reconocimiento de la legalidad de las actuaciones de la Junta de Andalucía, intentando promover la competencia entre empresas, con un instrumento tan reconocido en la teoría económica como es la subasta de medicamentos. Con un gasto farmacéutico anual que ronda los 1.700 millones de euros, hay margen para un ahorro sustancial. El otro es la polémica en torno a los hospitales, con una doble vertiente de querer integrarlos y especializarlos, y la exigencia de que haya más hospitales; esto último se ha aprovechado políticamente por algunos que defienden, por otro lado, reducción de ingresos y de gasto público.

Sobre los hospitales tenemos la conocida experiencia del Detroit Medical Center, donde se avanzó en la interacción entre los servicios médicos tradicionales en torno a una visión integrada de la enfermedad y el enfermo, lo cual supone un cambio profundo en un ámbito donde la especialización es fundamental. El intento improvisado y fallido en Andalucía no debe servir sólo para pedir más presupuesto y más hospitales, sino para debatir sobre la transformación de la sanidad en un mundo que cambia, el papel educativo del hospital para la prevención de la enfermedad y una vida más sana, los objetivos de salud que nos planteamos y las opciones de que disponemos, y el proceso de gobernanza de la sanidad pública.

El porcentaje de que hablábamos al principio es un 6% en Andalucía, y alrededor de un 8% en España; pero en Estados Unidos -uno de los peores sistemas del mundo desarrollado- el gasto es de casi el 18% de su producto bruto. Siendo fundamental el presupuesto, una mejora en la organización, y un cambio en nuestra actitud hacia la salud y el uso de la medicina deben estar permanentemente presentes en cualquier debate.

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