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TIERRA DE NADIE

La poción mágica

La poción mágica

La poción mágica / Alberto Domínguez

No, no se trata del brebaje que preparaba Panoramix, el druida de aquella genial aldea gala que se resistía a la conquista romana, en el que Obélix cayó, cuando era niño, dentro del pote que la contenía adquiriendo de por vida la descomunal fuerza que le caracterizaba. Se trata de una pócima menos oculta y mucho más peligrosa, que todos hemos consumido y que a todos nos ha desquiciado alejándonos de la percepción que deberíamos tener sobre nuestras vidas.

Los ingredientes que la componen son múltiples: matrimonios porque “toca”, hijos porque “es lo suyo”, hipotecas evitables, endeudamientos que se podrían obviar, plazos de pagos aplazados por compras de cosas que no necesitamos, cuotas de clubes “porque sí”, tarjetas de crédito que nos invitan a gastar lo que no tenemos para comprar lo que no nos hace falta, automóviles, asociaciones, peñas… supuestas obligaciones, del todo innecesarias, pero todas con la capacidad suficiente como para situarse en los primeros planos de las preocupaciones que marcan y condicionan nuestro existir, desbancando a otras que sí merecen ocupar esos lugares prominentes en el espíritu de los hombres y que, sin embargo, yacen medio olvidadas, siempre pospuestas, en espera de que algún día, alguna vez, nos acordemos que son ellas las que valen la pena y decidamos restituirlas al sitio que les corresponde, si es que llegamos a tiempo de hacerlo…

Los ‘druidas’ que se encargan de su elaboración y se preocupan, muy mucho, de hacérnosla ingerir, presentándonosla como “conveniente para nuestro bienestar, inevitable y necesaria”, no son otros que los que se encaraman al poder y utilizan todos los medios a su alcance para justificar el objetivo que les obsesiona: permanecer en él. Quien no tiene tiempo para pensar, no será un problema; lo tienen claro.

Las consecuencias, tristes, nefastas y, en muchos casos, irreversibles, las pagamos todos: privándonos del disfrute de lo que de verdad importa proporciona a quien lo sabe reconocer; admitiendo el agobio y la tensión como “estado de ánimo habitual”; desperdiciando el acceso a esos momentos de plenitud que sólo el compartir lo trascendente con las personas que queremos, y nos quieren, es capaz de brindarnos.

‘La poción’, en forma de aceptación de compromisos insubstanciales o de conformismo con las opciones que nos ofrecen como “salvadoras y procuradoras de bienestar”, causa estragos en nuestro modo de vida; el problema es que sólo tenemos una –una vida- y, siempre, por larga que ésta llegue a ser, resultará muy corta para acercarnos siquiera a probar de todas las posibilidades que nos puede procurar. A veces, cuando llegamos a ser conscientes de la verdad, que se nos disfraza y esconde, es demasiado tarde. Demasiado tarde para desandar parte de lo andado y recomponer el conjunto de valores que sí nos podrían llevar a manejar las riendas de nuestra existencia, a controlar, en la medida de lo humanamente posible, los vaivenes de un destino que no deberíamos permitir fuese distorsionado por otros; otros a los que poco o nada les importa ni el ‘cómo’ ni el ‘para qué’ desgranemos el tiempo que se nos concede.

Está escrito, muchas veces y por mentes fuera de toda sospecha en cuanto a su inteligencia, ecuanimidad y buen hacer, sin embargo parece que no somos capaces de hacer caso a quien nos advierte, que somos incapaces de escuchar la experiencia que habla por boca de nuestros mayores, sabedores de realidades que se escapan a nuestra juventud y también a la supuesta madurez que la sigue: sucumbimos a los efectos de la poción, algunos por mucho tiempo, otros por demasiado tiempo, muchos más por siempre.

La pócima está elaborada a conciencia, no es resultado del que hacer de aficionados, más bien de profesionales conscientes de que su triunfo como malsanos especuladores de almas, depende de nuestro fracaso como seres humanos ávidos de lo que no nos hace falta, sin embargo prisioneros de conquistas irrelevantes para nuestra felicidad, aventureros de pacotilla persiguiendo tediosas rutinas como si de logros relevantes se tratase, cuando no son sino cansinas sucesiones de ‘casi nadas’ que no suponen ni un miserable ápice, nada, en el inabarcable número de alternativas que, sin sospecharlo, atados por la dejadez y la indiferencia, están al alcance de cualquier voluntad que se las proponga.

En este caso, queridos lectores, la poción mágica es, simplemente, no ingerir ‘la poción mágica’ que nos ofrecen como medio para mejorar nuestra ‘calidad’ de vida. Alcanzaremos una mejor vida siendo quienes somos, peleando por lograr lo único que nos hará sentirnos vivos en alma y cuerpo: el sosiego transparente, la plácida quietud, la bonanza que descansa en la coherencia entre nosotros y nuestro destino, cuesta, sí, pero vale la pena.

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