La vendimia de Jerez: del Sol al oro líquido
Cogido con pinzas
Mirada filatélica a uno de los pilares que cada septiembre convierte la ciudad en una fiesta con sabor milenario
Coleccionar, una pasión sin límite de edad
Jerez de la Frontera es, como dicen los conocedores, “cuna de caballos, flamenco y buen vino”. De los tres pilares, es el último el que cada septiembre convierte a la ciudad en escenario de una fiesta con sabor milenario: la vendimia. Bajo el sol generoso de Cádiz y al son de bulerías improvisadas “de toda la vida”, la recolección de la uva pasa de faena agrícola a celebración colectiva que mezcla historia, identidad y, cómo no, brindis que difícilmente se quedan en uno solo.
La vid llegó a estas tierras gracias a los fenicios hace más de 3.000 años, y desde entonces el mosto jerezano ha conquistado paladares de emperadores romanos, comerciantes medievales y aristócratas británicos. El mismísimo William Shakespeare citó el “sack” -el nombre con el que los ingleses llamaban al vino de Jerez- en varias de sus obras, asociándolo a alegría, conversación chispeante y, en palabras de Falstaff, “un segundo corazón en el pecho”.
Durante la Edad Media, el vino de Jerez viajaba en barcos que partían del puerto de El Puerto de Santa María rumbo a Inglaterra, Flandes y América. El comercio internacional convirtió a Jerez en una pequeña capital vinatera, donde se entrelazaban nobles, comerciantes y toneleros. Y, como suele ocurrir, con tanto movimiento de barricas y monedas, pronto aparecieron los impuestos, que también forman parte de la tradición.
La vendimia jerezana no se limita a cortar racimos bajo el sol. Se trata de un festival de actividades que combina la solemnidad con el desenfado. El acto inaugural es la pisa de la uva, una recreación que arranca sonrisas a turistas y orgullo a los veteranos. Con los pies calzados con las botas claveteadas sobre la uva palomino -la variedad reina del Marco de Jerez- se recuerda un método de elaboración que, aunque sustituido por maquinaria, conserva todo su simbolismo.
El programa incluye paseos didácticos por entre las viñas, catas dirigidas por enólogos, conciertos flamencos en bodegas centenarias, exposiciones de arte, concursos gastronómicos y hasta un certamen de venenciadores, esos malabaristas del vino capaces de llenar una copa desde un metro de altura sin derramar ni una gota (o al menos eso dicen). Quien lo prueba por primera vez descubre que la venencia no es solo un utensilio de metal o caña, sino un arte con disciplina casi marcial y elegancia de ballet.
Para los jerezanos, la vendimia es algo más que un calendario festivo: es la afirmación de un modo de vida. Las bodegas se abren como templos del vino y la ciudad entera participa, desde las asociaciones gastronómicas hasta las peñas flamencas. No falta la misa en la Catedral, en la que se bendicen los frutos de la cosecha, recordando que el vino no solo es negocio, sino también cultura y hasta liturgia.
En el plano institucional, el Ayuntamiento, la Denominación de Origen Jerez-Xérès-Sherry y el Consejo Regulador respaldan la celebración, conscientes de que mantener la tradición es también preservar un motor económico de gran peso. Hoy, los vinos de Jerez siguen siendo embajadores de España en el mundo, con presencia en restaurantes de alta cocina y en barras donde el fino y la manzanilla refrescan conversaciones veraniegas.
Entre los datos pintorescos que rodean la fiesta destaca que, en el siglo XIX, algunos bodegueros se disputaban la primacía de quién lograba servir un jerez más “generoso”, lo que dio pie a duelos de marketing antes de que existiera la palabra. También es curioso que, pese a la asociación popular con la uva blanca, en tiempos antiguos se elaboraban en la zona vinos tintos que hoy casi han desaparecido, como reliquia para enólogos nostálgicos.
Y no podemos olvidar la pasión filatélica. En 1958, Correos de España emitió un sello dedicado a la vendimia, con una conocida obra de Goya. El prestigio de la vendimia y del vino de Jerez también ha quedado inmortalizado en los sellos postales producidos por el Club Filatélico Jerezano. En 1985 dedica a esta fiesta un matasellos con un venenciador en plena faena; y en 2009, nuevamente se imprime un sello, con su matasellos específico. Correos de España emitió uno de los sellos más hermosos que existen, en 1984; una estampilla dedicada a la Fiesta de la Vendimia de Jerez. Unas vendimiadoras bajo el sol jerezano, como protagonistas en plena acción, un pequeño recordatorio postal de que el vino jerezano viaja no solo en barricas, sino también en sobres. En 2002, dentro de la serie ‘Vinos con Denominación de Origen’, otro sello mostró el inconfundible paso de la uva al dorado líquido, casi como si el matasellos pudiera oler a fino.
Pero la fama del jerez no conoce fronteras filatélicas. Gran Bretaña dedicó un sello a su tradición vinícola en el que el “sherry” compartía protagonismo con la cerveza y el whisky, recordando que, por muy británico que sea el té, a la hora del brindis había otras prioridades. Incluso países tan lejanos (o cercanos) como Hungría o Portugal han emitido sellos alusivos a la vendimia que, aunque representen sus propias uvas, evocan la universalidad del vino como símbolo cultural. Y curiosidad de coleccionista: en Japón se lanzó una serie sobre bebidas tradicionales del mundo en la que el jerez apareció discretamente, como quien no quiere la cosa, en un sobre franqueado rumbo a Tokio.
El jerez ha tenido ilustres embajadores. Alexandre Dumas lo mencionaba en sus novelas; la reina Isabel II de Inglaterra lo tenía entre sus vinos predilectos; y Winston Churchill, famoso por su afición a los buenos licores, brindaba con oloroso en los momentos más arduos. Más cerca en el tiempo, artistas como Lola Flores o José Mercé han llevado el nombre de Jerez y su vino a escenarios internacionales, demostrando que la cultura del jerez no se queda en la copa, sino que se canta y se baila.
La vendimia de Jerez es historia viva, celebración popular y escaparate de un patrimonio que combina la seriedad del buen hacer vinatero con la alegría contagiosa del sur. Porque si algo queda claro al pasear por sus calles en estas fechas es que aquí el vino no solo se bebe: se conversa, se canta, se pisa, se bendice y, en definitiva, se celebra.
Como diría cualquier jerezano con una sonrisa amplia y una copa en alto: “¡Que no falte fino, que sobra arte!”.
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