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Provincia de Cádiz

Al menos 7 inmigrantes hallan la muerte en un naufragio en Trafalgar

  • Localizados 12 supervivientes, entre ellos 4 menores, de una expedición de más de 30 personas marroquíes · Entre las víctimas mortales hay una mujer encinta

"Me he encontrado una linterna ¿Me la puedo llevar?". Playa de Las Plumas, más conocida como de La Aceitera, en Barbate, al pie de Cabo Trafalgar. Veintiocho de junio. Casi mediodía. Un jinete a lomos de una yegua torda pregunta al hombre de la libreta y la mochila. Posiblemente deduce, por error, que es policía. Se trata de una herramienta de metal malo, marca Tiger head, de inequívoca fabricación china. Tres euros lo más en cualquier todo a cien. La linterna forma parte del rastro humano de ropas ajadas, zapatos desparejados y paquetes de enseres cuidadosamente envueltos en negras bolsas de basura que dejó la penúltima tragedia de la inmigración clandestina en el litoral de la Janda. Posiblemente sirvió para proporcionar un hilo de luz en medio de la mar oscura a algunos de los supervivientes del naufragio de una patera que ni siquiera merecía ese nombre. O quizá también alumbró a alguna de las víctimas mortales que se cobró. Como las cuatro personas que yacen cerca del faro de Cabo Trafalgar cubiertas por mantas térmicas en las fotografías tomadas por este periódico antes de las nueve de la mañana de ayer, tan sólo pocas horas después del suceso.

Anoche, al cierre de esta información, eran ya siete los cadáveres hallados y doce los inmigrantes localizados con vida, confirmaron a este periódico fuentes de la Subdelegación del Gobierno en Cádiz. Entre los fallecidos, todos de nacionalidad marroquí, hay una mujer encinta. Algunas fuentes también se refieren a dos hombres de aspecto subsahariano. Entre los supervivientes se cuentan cuatro menores de edad, entre ellos una chica de la misma nacionalidad. Uno de ellos permanece ingresado en el Hospital de Puerto Real con fractura de costillas. Navegaban a bordo de un frágil esqueleto de tablillas pespunteadas con grapas y apenas calafateada, de unos siete metros de eslora y uno y medio de manga, precario incluso para llamarlo patera, junto a otras diez o quince almas hasta un total de unas treinta o cuarenta, según el testimonio de uno de ellos.

En las próximas horas, mientras persiste el dispositivo de búsqueda de los desaparecidos, el balance podría inclinarse hacia la vida o la muerte, con la aparición de más cadáveres o la localización de más supervivientes. Dentro de la trágica lógica que impera en el drama de las pateras, seguir desaparecido al quinto día de un naufragio a pie de playa es casi garantía de que aún se respira. Al quinto día, cualquier ahogado sale a flote.

Ahogadas murieron las al menos siete víctimas mortales de un drama cuyo primer capítulo, según las fuentes consultadas por este periódico, pudo comenzar a escribirse en torno a las diez de la noche del pasado domingo, en Kenitr a. De la playa de esa ciudad de la costa oeste marroquí zarpa la quebradiza y provisional embarcación armada sólo días antes. No lleva motor. O si lo lleva apenas hará falta. Ya desde la orilla o desde algún punto mar adentro, una semirrígida con tres potentes motores de 250 caballos cada uno consagrados al narcotráfico remolcará la patera hasta aguas españolas y la dejará al pairo, cerca de la costa, o no tan cerca, en un ejercicio de polivalencia muy en boga para reducir costes. De hecho, las cámaras del Sistema Integral de Vigilancia Exterior (SIVE) detectaron a la semirrígida horas antes, cuando arribaba varias millas más al este, en la playa de El Novillero, frente a El Retín.

Los componentes de la expedición de la patera no tuvieron la misma suerte. Tras unas horas de infrahumana navegación hacinados como animales, sobrevienen el frío y los vómitos, el cuerpo tiembla y no hay agua que quite la sed. Ya sin tracción, la embarcación aprovecha la sombra del promontorio de Trafalgar. Con la marea subiendo, pero aún no lo suficientemente alta, se adentra en el peligroso laberinto de los Bajos de la Aceitera, un mosaico de escolleras que impone al más veterano de los patrones. Y cerca de la orilla, la almadía encalla con violencia en uno de los salientes. Cuando la travesía dura más de ocho horas, si uno sabe nadar, ya ni se acuerda. Y si sabe, ni siquiera tiene fuerzas para dar una brazada.

Fue un vecino de la zona quien dio la alerta, pasadas las ocho de la mañana, de la aparición de la patera ya embarrancada en la arena. Y fue una patrulla de línea de costa de la Guardia Civil la primera en presentarse en el lugar de los hechos. Alrededor de la frágil barca yacían los cuerpos de las primeras cuatro de las víctimas mortales. Dentro de las costillas de la patera había un chico que se había roto las suyas con el impacto del naufragio. Luego se hallaría los tres cadáveres restantes

Inmediatamente, Cruz Roja de Barbate activó un plan de atención a los supervivientes al que luego se sumaron en Tarifa y Algeciras. Al tiempo, se desplegó un amplio dispositivo de búsqueda en el que participan todavía tres helicópteros: uno de la Guardia Civil otro de Salvamento Marítimo y un tercero de la Junta de Andalucía. En el rastreo también trabajaron -y trabajan hoy- tres embarcaciones: dos del instituto armado y otra de Sasemar, además de ocho patrullas rurales, un equipo de investigación, otro de la Policía Judicial y agentes de la Unidad de Seguridad Ciudadana de la Benemérita. Si hubiese más inmigrantes con vida, habrían alcanzado la carretera que cruza el Pinar de La Breña hacia Barbate, principal punto de referencia en la huida desde la playa. Así lo delatan las sendas de junquillos pisados que se alejan de la arena hacia los lentiscos. O puede que caminen hacia Conil. O hacia Tarifa.

El jinete sigue a lomos de su yegua con la linterna en la mano. "Entonces ¿puedo quedármela?". El hombre de la libreta y la mochila le contesta: "Yo no lo haría, pero haga usted lo que quiera". Entonces la tira a tierra y prosigue su paseo. Al rato, vuelve a acercarse. "Oiga, no tendré problemas por haberla cogido". El hombre de la libreta y la mochila le mira y calla.

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