Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Una vuelta más

Un guión no escrito

El Zoco de Doha ofrece sorpresas que contrastan con una ciudad del futuro en medio del desierto.

El Zoco de Doha ofrece sorpresas que contrastan con una ciudad del futuro en medio del desierto. / Jesús Benítez

Paseando por el zoco de Doha caí en la cuenta de que nos sorprendemos ante lo desconocido y, cuando ya ocupa un lugar en nuestra memoria, la rutina hace que pierda sus encantos. Era la segunda ocasión que visitaba el barrio antiguo de la capital de Qatar y recordaba con nitidez fotográfica todo lo que había observado la primera vez que lo transité. Nada se había movido de su sitio y los que deambulaban por Souq Waqif parecían los mismos del año anterior, calcados, réplicas exactas, inconfundibles.

Cualquier persona, edificio o cosa que encontraba a mi paso se asemejaba a elementos de una obra teatral cuyo guión ya conocía. Incluso lograba atinar al identificar los mismos ‘actores’, el atrezzo idéntico, los típicos aromas asiáticos de siempre, las luces casi tornando a sepia, el muecín en cargo vitalicio llamando a la oración cada dos por tres. Todo se repetía sin alteración novedosa: tiendas de antigüedades o especias, restaurantes, locales de té con fumadores de cachimbas a sus puertas, occidentales confundidos entre mujeres con hijab o burka y qataríes de Kufiyya blanca impoluta tocados por turbante. Salvo un improvisado, extraño y monumental dedo gigante de color oro, que en forma de peineta aparecía en medio de la calle principal, nada más había cambiado, ¿Estaría soñando despierto fruto del jet lag, o quizá asistía incrédulo a la grabación en directo de un documental ya conocido?

Artesano hindú fabricante de pulseras en Souq Waqif (zoco de Doha). Artesano hindú fabricante de pulseras en Souq Waqif (zoco de Doha).

Artesano hindú fabricante de pulseras en Souq Waqif (zoco de Doha). / Jesús Benítez

Para mi asombro, a pocos metros de llegar al famoso local donde también cené el año anterior (para no variar, pollo al curri), algo imprevisto rompió el manido guión que estaba presenciando aquella noche. Sin razón aparente, coloqué en pausa la película reeditada al observar a un hindú que no permanecía en mi memoria. Qué extraño. Limpié mis gafas para ver con nitidez los rasgos o acciones que le hacían parecer tan distinto al resto, no era sólo su indumentaria, habría algo más, seguro.

Sentado en el suelo a las puertas del Bismilla Hotel frotaba con las manos un cilindro de madera al que llevaba adherido una especie de masa gelatinosa de colores que de vez en cuando metía en un recipiente con rescoldos. Envuelto en un halo de misterio y procedimientos rituales, de esas acciones repetitivas surgía la intrigante magia que le hacían especial, pues al final de su laboriosa interpretación descubrías que fabricaba pulseras de belleza excepcional, piezas únicas e irrepetibles.

De inmediato desentoné con el público presente, aplaudiendo con entusiasmo y, sin dudar ni un segundo, compré una de sus creaciones. Me entusiasmé tanto que, tras pagar aquella magnifica obra de arte, lamenté que bajara el telón.

Abandoné el zoco qatarí como quien se va encantado del teatro. Me preguntaba una y otra vez cómo se las habría ingeniado aquel carismático hindú para sorprender a propios y extraños haciendo algo atractivo y excepcional. A la mañana siguiente, volando sobre la ciudad de Doha de regreso a España, prometí volver lo antes posible, pues he llegado a la conclusión de que no hay guiones escritos, la vida es mágica y el único que se repite soy yo mismo

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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